Pero no haríamos suficiente justicia a los escritos sobre arte de Argullol si ocultásemos su profundo interés por los momentos premodernos de la historia del arte y por sus propios contemporáneos. Entre los primeros, dedicó uno de sus libros más tempranos al Quattrocento, publicado en 1982, en la deliciosa colección de breves manuales de corrientes de la historia del arte que editaba Montesinos. En él repasaba la pintura, arquitectura y escultura toscanas del siglo xv atendiendo a las tensiones culturales del humanismo. Y entre sus aproximaciones al arte clásico, mis preferencias se decantan por uno de sus paseos por Pompeya, ese lugar donde la historia requiere ser transfigurada por la poesía para ser soportable, e, incluso, incitante, «pues, en definitiva, lo único verdaderamente relevante del pasado es su capacidad para hacernos soñar un modo distinto de nuestro presente».[14] Este paseo le conduce hasta los frescos de la Villa dei Misteri, donde examina los gestos de sus intrigantes figuras, en los que reconoce: el terror, la exaltación, el asombro, la burla, hasta llegar a la serenidad casi hierática de la última figura. Y es ahí, en ese preciso punto, exactamente en la bailarina desnuda, «en el maravilloso juego de su figura con el velo que se curvaba entre su cuello y sus rodillas» de donde arranca su personal educación estética, el aprendizaje singular y mágico del erotismo y del arte, originado por «un arco que se tensaba para disparar una flecha invisible».[15] Arte y erotismo, pero también arte y amistad.
Podría dar la impresión, por todo lo dicho hasta ahora, de que en la obra de Argullol se escamotea sistemáticamente el presente. Y yo diría que efectivamente no muestra el mismo interés por todo aquello que cabe bajo lo que etiquetamos como tendencias posmodernas, a pesar de ser un miembro muy activo de la cultura contemporánea, y en este sentido me gustaría recordar sus colaboraciones con Jaume Plensa, o su faceta de libretista en el montaje de óperas en las que ha participado La Fura del Baus. Quiero decir con esto que sí le interesa la actualidad, pero explora vías alternativas del presente, que, además, se resiste a separar del cultivo de otra de sus grandes pasiones, la amistad. La experiencia del arte, a su juicio, no es nada si no es una travesía compartida. En este punto, lo mejor es, sin lugar a dudas, cederle enteramente la palabra: «Mis contemporáneos me han enseñado mucho sobre el arte de la pintura. He tenido la suerte de tener como amigos a grandes pintores, de los que he aprendido. Pondré algunos ejemplos, como homenaje al conjunto. De Antoni Tàpies he aprendido la fuerza del simbolismo y el poder visual de las ideas; de Antonio Saura, la pervivencia de la ironía goyesca y la poética de lo grotesco; de Joan Hernández Pijuan, la pureza de la luz y la elegancia de la forma; de Mateo Vilagrasa, la potencia de construcciones casi infinitas; de Montse Gomis, el seductor hechizo del matiz y la depuración; de Hernán Cortés, maestro del retrato, la transformación de la anatomía en psicología; de Lars Physant, la dimensión cómica del fragmento; de Alejandro Häsler, la vitalidad mitológica del presente; de Frederic Amat, después de tres décadas de continua conversación, la exploración del enigma y la celebración del buen gusto. La pintura es, por lo tanto, también un acto de amistad. Yo me he dedicado a la escritura, pero siempre me ha gustado la pintura: me tranquiliza, es una fuente de equilibrio porque es también un duelo con y contra la oscuridad. Y, si no estoy equivocado, la luz lo es todo».[16] Y la luz, como bien sabe Argullol, es inseparable de las sombras, como la contemplación de la acción, como el cuerpo del espíritu.
El alcance de sus escritos sobre arte es mucho mayor de lo que aquí hemos comentado. Ya en el temprano Tres miradas sobre el arte se habían abordado las cuestiones fundamentales de las formas de la belleza, los motivos del arte y la figura del artista en su evolución a lo largo de la historia del arte desde la prehistoria. Más recientemente, Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza nos vuelven a conducir por toda la historia del arte, a través de los sutiles análisis del autorretrato, de las meditaciones sobre el cuerpo yacente (desde Masaccio a la fotografía del Che Guevara muerto que difundieron los medios de comunicación en su momento), sobre la creación miguelangelesca o los murales de Mark Rothko en la Capilla Octogonal de Houston. En esos ensayos reconocemos, una vez más, que las reflexiones estéticas de Argullol son una continua reflexión sobre los interrogantes esenciales de la conciencia humana. Y si bien la historia a la que ha prestado mayor atención es fundamentalmente occidental, mucho antes de que se implantara la moda de lo transnacional, Argullol se interesaba por las culturas no europeas, haciendo gala de una fina sensibilidad hacia lo ajeno, lo distinto, hacia el otro, a cuyo conocimiento le han conducido casi naturalmente su espíritu cosmopolita y su condición de viajero impenitente —intempestivo, iba a decir, en tiempos de miseria turística—.
Aparte de libros, Argullol lleva años escribiendo regularmente para distintos medios, también virtuales, que acrecientan diariamente la nómina de sus intereses estéticos. Además, en estos recomendables «breves» se detectan no sólo sus filias, sino también sus fobias. En ellos podemos leer, por ejemplo, la confesión de su «tirria» inicial por pintores como Murillo, Zurbarán o Arcimboldo a los que con el tiempo ha sabido apreciar. O podemos observar cómo el muy «romántico» pensador puede llegar también a ser un admirador confeso del muy rococó Fragonard; y así…
Navegando por los mares del mundo virtual uno puede llegar a toparse incluso con el increíble caso de Rafael Argullol, pittore barcelonés. Me explico, en 2011 se anunciaba la salida a subasta en Fernando Durán del lote número 783, consistente en un cuadro de cuarenta y cinco por treinta y siete centímetros, fechado en 1986 y firmado al dorso por Rafael Argullol (¡sic!). Es un óleo de formato vertical, en el que vemos algo tan apropiado como el rincón del estudio de un pintor, presidido por un lienzo sobre caballete, a medio pintar, en amarillos y grises, a tono con los colores que presiden la composición, en la que algunos azules profundos, como el de la silla, sirven de contrapunto. A la izquierda se ve una mesilla con los instrumentos del pintor: pinceles, botes para mezclas, un trapo. En el cuadro se aprecia con nitidez una pincelada suelta; el tratamiento de la luz obvia el claroscuro, para surgir del propio color de los objetos. El conjunto tiene, en suma, un aspecto decididamente moderno de principios del siglo xx, a caballo entre lo fauve, lo cubista y la pintura italiana del novecientos. De misteriosa procedencia, es casi un destino que este misterioso fake de Rafael Argullol aborde precisamente en ese estilo uno de sus motivos favoritos, El estudio del pintor, o sea, que trate sobre la pintura misma; aún más, sobre su mejor mirador y su más genuino escenario.
[1] ARGULLOL, Rafael, «El arte después de la muerte del arte», Sabiduría de la ilusión, Taurus, Madrid, 1994, p. 155.
[2] ARGULLOL, Rafael, Breviario de la aurora, Acantilado, Barcelona, 2018, p. 93.
[3] ARGULLOL, Rafael, Una educación sensorial. Historia personal del desnudo femenino en la pintura, Casa de América-Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002, p. 188.
[4] ARGULLOL, Rafael, «Manifiesto contra la servidumbre», El País, 21 de mayo de 2002.
[5] ARGULLOL, Rafael, «Goya en su infierno», Sabiduría de la ilusión, Taurus, Madrid, 1994, p. 41.
[6] ARGULLOL, Rafael, «El pintor de la tragicomedia moderna: Francis Bacon», Sabiduría de la ilusión, Taurus, Madrid, 1994, p. 168.
[7] ARGULLOL, Rafael, «Ráfagas sobre un siglo», Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza, Acantilado, Barcelona, 2013. p. 209.
[8] ARGULLOL, Rafael, «Horas ganadas. Patria modesta», El País, 28 de noviembre de 1999.
[9] ARGULLOL, Rafael, «Picasso y la obra de arte desconocida», en VV.AA., Picasso, Mapfre, Madrid, 2002, p. 149.
[10] ARGULLOL, Rafael, «La modernidad espectral», Maldita perfección…, op.cit., pp. 156 y ss.
[11] ARGULLOL, Rafael, Mi Gaudí espectral. Una narración, Acantilado, Barcelona, 2015, p. 7.
[12] Ibid., p. 56.
[13] ARGULLOL, Rafael, «Blade Runner», El Cultural, 21 de febrero de 2001.
[14] ARGULLOL, Rafael, «Pompeya para una travesía solitaria», Quaderns d’arquitectura y urbanisme, 1985, núm. 166, p. 94.
[15] ARGULLOL, Rafael, Una educación sensorial…, op. cit., p. 13.
[16] ARGULLOL, Rafael, «La pintura com a amistat». Ara.cat., 27 de agosto de 2017.
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