También es cierto que otra versión del mito concluye con la metamorfosis de Titono en cigarra. Sólo que, en primer lugar, resulta difícil que esa versión estuviera difundida lo suficiente —si es que existía ya— en época de Safo; en segundo, también el relato de la metamorfosis podría ser entendido no como la consumación de la perennidad de la palabra poética (aunque así fuera entendido en época helenística), sino como el descenso hacia el umbral inferior de lo no humano. Si es que el tránsito de la humanidad a la animalidad deviene en este caso ocasión de felicidad, no lo será precisamente porque el individuo Titono sobreviva en alguna forma de inmortalidad: el caso opuesto, pero paralelo, sería el ofrecimiento que la ninfa Calipso hace a Odiseo de la divinidad, al que Jean-Pierre Vernant ha dedicado páginas de admirable inteligencia. El rechazo de Odiseo está dado, en realidad, porque el ascenso al estatuto divino representaría perder, con su humanidad, no sólo su exposición al sufrimiento y la muerte, sino también su identidad individual, en cuya afirmación un héroe homérico —aun cuando obedezca, como Odiseo, a un heroísmo crepuscular y un tanto desleído por nuevos aires de ciudad— alcanza su más alta razón de ser. Titono, en cambio, cumplida su metamorfosis, se habría despojado de su sino doloroso al diluirse su individualidad en la fundación de un nuevo género animal. El hombre se define —esta premisa es compartida por el epíteto homérico y la antropología contemporánea— por su capacidad de articular su voz en discurso. Y el canto de la cigarra no es poesía, porque precede a la palabra humana, en la misma medida en que la emisión senil de ruido insignificante la sucede.

Por peregrino que resulte considerar que el exemplum de Titono consigue infundir un tono de optimismo en el poema de Safo, sigue siendo insuficiente hablar, simple y llanamente, de pesimismo. El amor de la abrosyna excita, es cierto, el deseo por la vida, pues hace manifiesto y acentúa lo que haya en ella de más excelente y «brillante»; pero esto no debe malinterpretarse en el sentido (tan familiar para la artificialmente exagerada beatería de la predicación que hoy invade la comunicación social) de que solapa todo lo que de sufrimiento o desgracia viene también de manera necesaria incluido en el lote de una existencia humana. El potencial transfigurador comprendido en la abrosyna no tiene que ver con el ocultamiento hipócrita de lo que se erige como una áspera necesidad, por dolorosas o aniquiladoras que sean sus consecuencias para el individuo: la vejez está ahí, en toda su devastadora e irrefutable factualidad, como una potencia demónica que, absolutamente exterior al individuo, lo arrebata; entre tanto, la muerte se aproxima «sin parar un punto».

Antes al contrario, el consuelo que pueden impartir el recurso al mito y el cultivo de lo musical (el consuelo que imparte, en suma, la poesía de Safo, en este y en otros de sus poemas mayores) se deriva de una contemplación sin edulcoraciones de los nudos ciegos que obturan la trama del destino humano. Sin edulcoraciones, pero también sin sentimentalismos: como suele ocurrir en otras cimas de la literatura y el pensamiento griegos (señaladamente, en la tragedia de Sófocles y en la metafísica moral de los estoicos), la contemplación del dolor del individuo no pasa por un patetismo demagógico o plañidero, sino por una radical afirmación de lo individual en la universalidad del mito o de la idea. Eso que hoy, cuando parece haberse cumplido la muerte de los dioses (y de Dios mismo), cuando apenas puede concebirse una trascendencia que no se agote en lo trascendental —es decir: en los engranajes de la razón inmanente—, sólo es experimentable en el espacio abierto por ese esquivo país ulterior intuido por Bonnefoy, invisible para las coordenadas de la geografía y para las cartografías del pensamiento conceptual, donde la entidad empírica y efímera del yo se diluye en la permanencia inteligible del arquetipo.

 

POEMA DE TITONO

 

Vosotras, muchachas, en los bellos dones de las musas, de senos de violeta,

haréis bien en ocuparos, y en la clara lira, amante del canto;

 

pues a mí la piel, que en otro tiempo (antes) tuve tierna, ya la vejez

la ha invadido, y blancos se han vuelto mis cabellos, de negros que fueron.

 

Grave se me ha vuelto el ánimo. Y no pueden sostenerse mis rodillas,

que en otro tiempo fueron ágiles en la danza, como cervatillos.

 

Todo eso me inspira densos gemidos. Pero ¿qué podría hacerse?

Para quien es humano estar sin envejecer no es una opción.

 

Que ya una vez a Titono, según se cuenta, Aurora, de brazos rosados,

por amor llevó consigo[4] hasta los confines de la Tierra

 

cuando era bello y joven, pero igual lo poseyó

al cabo de un tiempo la canosa vejez, aun cuando tuviera inmortal compañera.

 


 

ὕμμες πεδὰ Μοίσαν ἰοκόλπων κάλα δῶρα, παῖδες,

σπουδάσδετε καὶ τὰν φιλάοιδον λιγύραν χελύνναν∙

 

ἔμοι δ’ἄπαλον πρίν ποτ’ἔοντα χρόα γῆρας ἤδη

ἐπέλλαβε, λεῦκαι δ’ἐγένοντο τρίχες ἐκ μελαίναν∙

 

βάρυς δέ μ’ὀ θῦμος πεπόηται, γόνα δ’οὐ φέροισι,

τὰ δή ποτα λαίψηρ’ἔον ὄρχησθ’ἴσα νεβρίοισι.

 

τὰ μὲν στεχανίσδω θαμέως∙ ἀλλὰ τί κεν ποείην;

ἀγήραον ἄνθρωπον ἔοντ’οὐ δύνατον γένεσθαι.

 

καὶ γάρ ποτα Τίθωνον ἔφαντο βροδόπαχυν Αὔων

ἔρωι φ αθεισαν βάμεν’εἰς ἔσχατα γᾶς φέροισαν,

 

ἔοντα κάλον καὶ νέον, ἀλλ’αὖτον ὔμως ἔμαρψε

χρόνωι πόλιον γῆρας, ἔχοντ’ἀθανάταν ἄκοιτιν.

 

[1] Íntegramente disponible online en el enlace <http://chs.harvard.edu/wa/pageR?tn=ArticleWrapper&bdc=12&mn=3534>.

[2] Según la primera propuesta de restitución del texto, por Gronewald y Daniel: «Recibo, muchachas, estos bellos dones de las musas, de senos de violeta, / cuando tomo la clara lira, amante del canto».

[3] Este texto, restituido por West, es el que ha terminado por imponerse en la mayoría de ediciones y traducciones: «Vosotras, muchachas, en los bellos dones de las musas, de senos de violeta, / haréis bien en ocuparos, y en la clara lira, amante del canto».

[4] Esta primera mitad del verso es de lectura dudosa en el papiro. Ya que me parece preferible pecar por defecto antes que por exceso sigo aquí la lección, más conservadora, de West (que opta por admitir una laguna de algunas sílabas) por encima de las restituciones (si más osadas, a mi juicio no del todo convincentes) que han propuesto Gronewald y Daniel o Magnani.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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