POR  ALEJANDRO GONZÁLEZ ACOSTA

Para Karl Kohut, decano de hispanistas, con admiración y gratitud.

SIGLOS XVI Y XVII

Existe una antigua tradición de interés de la crítica de expresión germana hacia las letras hispánicas, y su extensión americana, que encabezan Goethe y los hermanos Humboldt y continúa, por los grandes medievalistas, hasta la actualidad. Hubo focos de intensa actividad hispanista desde hace varios siglos en ciudades como Gotinga, Weimar, Hamburgo, Dresde y Berlín, que luego se expandieron por toda la geografía alemana.

El interés acentuado por lo español comienza en Europa a partir del Renacimiento y de la creciente importancia continental de España desde el siglo XV. La consumación de la Reconquista y el hallazgo de nuevas tierras hacia el Poniente señalaron la formación de un vigoroso Estado nacional que pronto se convirtió, por sus alianzas dinásticas, en un imperio multinacional y mundial. Por otra parte, pero no menos importante, el Imperio de Carlos V –rey además de Castilla y Aragón–, cuyas lenguas maternas eran indistintamente el flamenco y el alemán, multiplicó la atención del resto de Europa hacia el hasta entonces algo apartado país meridional, que sorprendentemente ahora se había expandido hasta un nuevo continente: con la posesión de América y otros enclaves coloniales en Asia, España había completado la silueta del mundo.

La publicación de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija en 1492 –el mismo año de la gesta colombina–, seguida del Diálogo de la lengua, compuesto en 1535 por Juan de Valdés para circular entre sus amigos italianos que deseaban conocer el idioma, y de la Gramática castellana o arte breve y compendiosa para saber hablar y escrevir en la lengua castellana congrua y decentemente, aparecida en Amberes en 1558, obra de un tal «licenciado Villalón» (¿Cristóbal de Villalón?) de aún impreciso perfil y destinada quizá para el mercado de flamencos, italianos, ingleses y franceses, son apariciones que suponen los puntos de partida de la expansión de lo español y su cultura por el continente europeo. Primero será el interés por la lengua para poderse entender con los españoles y después llegará la curiosidad por su literatura para comprenderlos mejor.

Finalizando el siglo XVI, el lexicógrafo e hispanista alemán Heinrich Hornkens (m. 1612) publicó un diccionario trilingüe: Recveil de dictionaires francoys, espaignolz et latins (Bruselas, 1599). Y, ya en la centuria siguiente, Heinrich Doergangk, escritor católico nacido en Colonia en el siglo XVI, editó su gramática de español para extranjeros: Institutiones in linguam hispanicam, admodum faciles, quales antehac nunquam visae (Colonia, 1614), con claras muestras de simpatía por Felipe II, Fernando III y, en especial, por san Ignacio de Loyola.

 

SIGLOS XVIII Y XIX

Existe una antigua atracción por lo hispano en Alemania que se refuerza con el interés ilustrado del siglo XVIII. El gran Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) también sintió un temprano interés por lo español como mostró en su frustrada pieza Clavijo –escrita en 1774, al mismo tiempo que su célebre Werther–. Quizá fuera influencia de su maestro Johann Gottfried Herder (1744-1803), creador del término volksgeist («espíritu del pueblo»), gran estudioso del Cantar de mío Cid y autor de una obra monumental en cuatro volúmenes, publicados entre 1784 y 1791: Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad. Ya en Weimar, como funcionario teatral, Goethe insistió en la representación del repertorio hispano, especialmente El príncipe constante de Calderón de la Barca.

Los llamados «dioscuros prusianos», los hermanos Alexander (1769-1859) y Wilhelm von Humboldt (1764-1835), también compartieron, cada uno desde su personalidad e intereses propios, la atracción hispana: el interés físico e intelectual del primero –viajero, explorador, científico, naturalista y geógrafo– se manifestó a tal punto que, además del reconocimiento geográfico de la propia España, se agregó el de las antiguas posesiones estudiadas. Guadalupe Victoria, primer presidente mexicano, le otorgó la ciudadanía honoraria en 1827 y otro mandatario posterior, Benito Juárez, el mismo año de la muerte del sabio, 1859, lo nombró benemérito de la patria. El segundo hermano –educador, diplomático y político, pero especialmente lingüista– fue un aplicado estudioso del idioma vasco, que, por su antigüedad, puso al frente de todas las lenguas europeas, y demostró cierto interés en las antiguas lenguas americanas.

Otros dos hermanos, el calderonista August Wilhelm (1767-1845) y Friedrich von Schlegel (1772-1829), ambos miembros fundadores del Círculo de Jena y, por tanto, universalistas protorrománticos de la primera ola, también demostraron su interés hacia las letras hispánicas.

Otros importantes hispanistas de esa época fueron Johann Andreas Dieze (1729-1785), Friedrich Justin Bertuch (1747-1822), Ludwig Tieck (1773-1853), Friedrich Diez (1794-1876) y, en lengua alemana aunque austríaco, Ferdinand Joseph Wolf (Viena, 1796-1866). El propio filósofo Arthur Schopenhauer (1788-1860) conoció bien la obra de Francisco Suárez y Baltasar Gracián y la citaba fluidamente en español.

Tampoco debe olvidarse que, para algunos críticos, «la primera historia literaria española autónomamente concebida» fue escrita por un alemán: Friedrich Ludewig Bouterwek (1766-1828), discípulo de Kant, que publicó en 1804 Historia de la literatura española (Geschichte der spanischen Poesie und Beredsamkeit) como tercer volumen de su Geschichte der Poesie und Beredsamkeit seit dem Ende des Dreizehn ten Jahrhunderts (12 volúmenes, Gotinga, 1801-1819). El volumen dedicado a España fue parcialmente traducido y editado en 1829 por José Justo Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina –notable patricio novohispano, tercer conde de la Cortina y animador y creador de meritorias instituciones mexicanas como el primer intento de la Academia Mexicana de la Lengua– y por Nicolás Hugalde y Mollinedo, y no fue reproducido sino facsimilarmente hasta 1975. En 2002 la meritoria editorial matritense Verbum la publicó completa por primera vez en español –la primera parte editada por Gómez de la Cortina y las otras dos secciones–, debidamente modernizada y editada por Carmen Valcárcel Rivera y Santiago Navarro Pastor.

Aunque hoy es considerada por algunos como «una curiosa y muy errónea historia de la literatura española» y se discute con sólidos argumentos su preeminencia,[1] no se le debe negar por completo que ha sido al menos el esfuerzo pionero por organizar y al mismo tiempo reconocer la valía de una producción nacional de un autor no hispano –y hasta contiene sorprendentes arrebatos apasionados para un ilustrado clasicista y ordenado–, quien confesaba que si se lograba que «el alma alemana y la fantasía española [fueran] unidas con fuerza, ¡de cuánto serían capaces!», lo cual indica una profunda y sincera admiración por lo español.

El primer hispanista alemán en España sería el cónsul hanseático Juan Nicolás Böhl de Faber (Hamburgo, 1770 – Cádiz, 1836), calderonista y lopista y padre de la importante escritora Cecilia Böhl de Faber, más conocida como Fernán Caballero y nacida en Vaud (Suiza), junto al lago Lemán. En su natal Hamburgo, él publica su Floresta de rimas antiguas castellanas (tres volúmenes, Librería de Perthes y Besser, 1821-1823-1825), y su Teatro español anterior a Lope de Vega (1832).

De origen alemán serían también importantes escritores y estudiosos de la literatura hispana como los Hartzenbusch: Juan Eugenio (1806-1880), su padre –estudioso del novohispano Juan Ruiz de Alarcón– y su hijo José Eugenio (1840-1910), meritorio bibliógrafo.

Dentro de este sintético panorama del hispanismo de expresión germánica, reclama una mención especial el austríaco Ferdinand Wolf (1796-1866), romanista, hispanista y lusitanista, quien trabajó muchos años como conservador de la Biblioteca Imperial en Viena y dejó una nutrida bibliografía sobre el romancero antiguo español. Sostuvo ardientes polémicas con Marcelino Menéndez Pelayo, pues Wolf no reconocía la autoctonía de la épica española, tesis sostenida por el santanderino. No obstante, este polígrafo lo apreció mucho y muestra de ello es que, cuando Miguel de Unamuno tradujo al español su obra magna Historia de las literaturas castellana y portuguesa (La España Moderna, Madrid, 1895; Studien zur Geschichte der spanischen und portugiesischen Nationalliteratur [1.a edición], A. Asher & Co., Berlín, 1859), la enriqueció generosamente con notas y ampliaciones.

Wolf quiso también escribir una puntual biografía de Cecilia Böhl de Faber, quien se escudaba detrás del seudónimo de Fernán Caballero, pero fue imposible porque ella persistió en mantener su anonimato. Además, Wolf amplió su interés filológico hacia las literaturas catalana y brasileña, siendo uno de los primeros germanistas en considerar lo iberoamericano como parte de lo hispánico. Aunque hoy está injustamente algo olvidado en Alemania, tiene el mérito de haber sido autor de la primera historia literaria portuguesa con visión transcontinental, donde se incluye al Brasil.

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