EL ISLARIO GENERAL

Alonso de Santa Cruz es autor de un manuscrito que tampoco se llegó a publicar en su época titulado Islario general de todas las islas del mundo, que ha merecido la atención de muchos historiadores.[8] Se conservan cuatro ejemplares, dos en la Biblioteca Imperial de Viena, uno en la Biblioteca de Besançon (Francia) y otro en la Biblioteca Nacional de Madrid, aunque los tres primeros están incompletos. El ejemplar que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid tiene cambiado el nombre de Santa Cruz por el de García de Céspedes y el de Felipe II por Felipe III, como ya puso de manifiesto Paz y Meliá en 1909.[9]

La obra comienza con una «Breve introducción de Sphera», pasando a continuación a la primera parte del Islario en la que se incluye una carta universal en siete tablas, que procede sin duda del Padrón Real. A las siete cartas le sigue inmediatamente una octava carta general del Mediterráneo oriental para que se puedan localizar en tamaño grande las islas del mar Egeo y Jónico. Continúa con la relación de las islas en el orden usual establecido por los islarios, es decir, primero las islas de la Europa del norte empezando por Islandia y terminando por las del Guadalquivir y Cádiz. La segunda parte está dedicada íntegramente al Mediterráneo, empezando por las islas de Ibiza y Formentera y terminando por la isla de Malta. La tercera parte de la obra abarca la descripción de la costa africana y las islas del océano Índico hasta las islas Molucas, objeto de un contencioso con los portugueses. La cuarta parte comprende el Nuevo Mundo, desde la península del Labrador al estrecho de Magallanes, con muchos detalles actuales que sólo él podía conocer por su trabajo en la Casa de la Contratación, dedicando especial atención al océano Atlántico. Martín-Merás[10] explica que el Islario sigue el esquema del Liber nel qual si ragiona di tutte l’Isole del mondo, hecho por Benedetto Bordone, que se publicó en 1528 en Venecia y se reeditó en 1532. El alcance de esta obra fue tal que dos años más tarde, en 1534, y en años posteriores fue muchas veces reimpresa con el título de Isolario di Benedetto Bordone. El Isolario se divide en tres libros, el primero con veintiún mapas dedicados a las islas del océano Atlántico americano, el segundo al Mediterráneo, y el tercero a las islas del océano Índico y del Lejano Oriente, con ciento once mapas en total. Incluye también un mapamundi en proyección oval tomado del de Roselli de 1508. Hay que tener en cuenta que el de Bordone es el primer islario donde se incluyen las islas de las Antillas y Asia, pues hasta entonces todos estaban dedicados el Mediterráneo e islas de Europa. Santa Cruz se separa de la concepción original de los islarios al incluir en primer lugar un tratado de la esfera y una carta universal en siete partes, al estilo del padrón real; y una tercera y cuarta parte en las que explica con todo detalle las tierras americanas hasta el estrecho de Magallanes y las islas que jalonan el viaje hacia Asia que hacían los portugueses.

 

EL ASTRONÓMICO REAL

Santa Cruz vivió y trabajó en Toledo entre 1539 y 1544, atento a los cometidos que le había encomendado el emperador y cumpliendo otros encargos de palacio. Carlos V, a pesar de estar ausente de la Península, seguía interesado en las novedades científicas que surgían y recibió la primera edición del Astronomicum Caesareum de Apiano, editada en 1540. La obra, dedicada al emperador, estaba escrita en latín y explicaba algunos conceptos que el soberano no terminaba de comprender, por lo que solicitó a Santa Cruz su transcripción. El resultado fue el magnífico manuscrito titulado Astronómico Real,[11] un libro de astronomía de quinientas doce páginas que incluía traducciones comentadas del Astronomicum Caesareum, incorporaba un Tratado de la esfera de Sacrobosco, las Teóricas de los planetas de Jorge Purbachio y un Reportorio de los tiempos propio.[12]

El propio autor confirma en las páginas de esta obra que fue el emperador, mientras estuvo en Toledo durante 1543, quien le reclamó un texto explicativo para aclarar aquello que no entendía, y gracias al Astronómico Real tenemos también constancia de sus trabajos cartográficos.

La historiografía admitía su existencia apoyándose no sólo en las diversas alusiones que el propio Alonso de Santa Cruz hizo de él, sino, sobre todo, en que el citado texto, dedicado a Felipe II, está reseñado en el inventario[13] que de sus escritos e instrumentos se realizó en 1572 —cinco años después de su fallecimiento— para su entrega al presidente del Consejo de Indias.[14] Al tratar de encontrar los trabajos inéditos de uno de estos científicos, el burgalés Andrés García de Céspedes,[15] en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, en su catálogo de manuscritos, hallamos la siguiente referencia: «García de Céspedes, Andrés. Astronómico Real. Libro dedicado a Felipe 2º. Tiene varias figura iluminadas de astronomía. (Letra del siglo XVI). 1 vol.- folio- pta. Ms-2-147».

Pero el citado texto no se encontraba en Palacio sino en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca.[16] La explicación es que a finales del siglo xviii desaparecieron los colegios mayores salmantinos y sus manuscritos se trasladaron a la Biblioteca del Palacio Real madrileño; en el inventario realizado previamente (1799-1801) por el obispo Antonio Tavira,[17] en el folio 157 aparece el Astronómico Real bajo la referencia «Colegio Cuenca, 102», que revela que el manuscrito había pertenecido al Colegio Mayor Cuenca salmantino. En Madrid permaneció hasta 1954 en que, con ocasión del octavo centenario de la fundación de la Universidad castellana, se ordenó la devolución de todos los manuscritos que habían salido de los fondos colegiales, [18] un siglo y medio antes, a la Biblioteca de la Universidad de Salamanca.[19]

Es un volumen de quinientas doce páginas, de 33.5 por 24 centímetros, encuadernado en pasta forrada de cuero marrón —no es la encuadernación original, sino la que se hizo en el Palacio Real al recibir los manuscritos salmantinos—, escrito con letra muy cuidada y clara, de fácil lectura, y profusamente ilustrado con ciento cincuenta figuras, la mayoría iluminadas en cuatro o cinco colores. El precioso tratado comienza con una dedicatoria, encabezada de esta forma: «Al Invictmo. Príncipe don Phelipe segundo deste nombre, Rey de Spaña y de Ynglaterra y Francia, de Sicilia, Nápoles e Yndias Occidentales. Al(tachado)ndrés garcía Céspedes, cosmógrapho mior. de su Mag. sobre el Astronómico Real».

Se inicia el texto con un recorrido histórico de los príncipes que desde Alejandro el Magno favorecieron y apoyaron el cultivo de las ciencias hasta llegar a los tiempos de los primeros archiduques de la Casa de Austria, deteniéndose en el rey Alberto de Bohemia y Hungría como protector de Purbachio y Monte Regio, entre otros matemáticos y filósofos. Más adelante cita al emperador Carlos y su relación con el alemán Pedro Apiano y se refiere a continuación al motivo, a la finalidad y al contenido del texto. Explica el autor del manuscrito a Felipe II que su padre, el emperador, le mandó traducir el libro de Apiano al castellano para comprender mejor la astrología y la cosmografía, pero debido a su complejidad matemática Carlos V no consiguió tampoco entenderlo y le encargó que escribiese otro con demostraciones más sencillas. Para facilitar el estudio del monarca, añadió, como materias previas, unas traducciones comentadas y glosadas por él mismo del Tratado de la esfera de Sacrobosco y de las Teóricas de los planetas de Purbachio «todo por ruedas y demostraciones muy primorosamente hechas». La tercera parte de la obra corresponde a un Repertorio de tiempos, es decir, a un tratado de astrología como aplicación y última finalidad de los saberes astronómicos que se recogen en el manuscrito. Todos los capítulos llevan al final un «scholio» en donde el autor hace reflexiones y puntualizaciones de gran interés, que demuestran sus profundos conocimientos en astronomía y en geometría.

Esta última parte del manuscrito es la más interesante y original. Se inicia con un título general y una introducción en donde se hace un breve resumen de todo el contenido y se advierte que está dividida en dos: en la primera se enseñan los métodos prácticos para calcular la posición de los planetas, utilizando algunos instrumentos, en particular el astrolabio, con la ayuda de las tablas que se acompañan; asimismo, se estudia el calendario y la determinación de la Pascua y de las fiestas móviles. La segunda parte se centra en la determinación y cálculo de los días críticos y de los días en que se producirán conjunciones, oposiciones y eclipses de Sol y de Luna, y se estudian los diversos métodos de dividir y medir el tiempo, estableciendo relaciones entre las distintas unidades temporales existentes en la época y en la Antigüedad.

Su contenido coincide en lo fundamental con el del Astronomicum Caesareum de Pedro Apiano, pero no guarda el texto castellano, en general, el orden de materias y capítulos existente en el original del matemático alemán; la versión del manuscrito es más amplia, contiene un mayor número de figuras —de dibujo exquisito y extremadamente preciso y cuidado— se detiene más en los aspectos astrológicos y, sobre todo, incide más en ejemplos y supuestos prácticos.

Es muy curiosa la reflexión que hace el autor sobre el desinterés existente en su siglo por el cultivo de los saberes, y acusa a sus contemporáneos de no querer salir de su ignorancia —viviendo de espaldas tanto a los conocimientos antiguos como a los nuevos que nacen— y no desear más que las riquezas y el poder:

[…] pero el día de oy todo lo vemos al contrario, porque no se piensa ser otra cosa más suave que el tener y valer y ser honrado de todos, y el saber y virtud no sólo lo menosprecian, más aún tienen en poco a los que a ella se dan. Por manera que ha venido el siglo a tan estrema miseria que no sólo no queramos deprender las Artes que cada el día de nuevo se descubren, más antes y es lo peor (como dize Plinio en el segundo libro) que las que otros tiempos fueron halladas con mucho travajo y curiosidad de los hombres, y para provecho dellos, por necedad y simpleza las menospreciemos y tengamos puestas en olvido, y esta es la causa como tan pocos sean doctos en esta nuestra hedad, y como estén tan echados los estudios de las buenas Artes, que ya de sepultadas no puedan resucitar.

 

En el capítulo «De las conjunciones y oposiciones y eclipses que acontecerán hasta el año de 1632», folio 248, escribe unos párrafos que tienen una particular importancia, pues su contenido resulta muy revelador de la identidad del autor del manuscrito:

Estando en Toledo los años pasados de 1578 por mandado de Su Magestad, acabando muchas y diversas descripciones y cartas de Geographía del Mundo, y un libro llamado Yslario General de todas las yslas del mundo, procuré hazer también en el dicho tiempo un otro libro a manera de calendario romano, como Beda y Estopherino avían hecho los suyos, poniendo en el mío muchas particulariades más que ellos en los suyos avían hecho, añadiendo todas las oposiciones y conjunciones y eclipses del sol y de la luna hasta el año de 1640, el qual libro me pareció aver tenido en mucho Su Mag.[20] Tuve pensamiento de lo hazer ymprimir luego juntamente con el Yslario General, pero como Su Mag. me dexase mandado al tiempo de su partida que travajase en hazer la descripción general de la Geographia de España y otras muchas cosas ymportantes a su servicio me descuydé de la ympresión de los dichos libros, y también lo he hecho hasta agora porque algunas personas se an adelantado en este tiempo a ymprimir ciertos Reportoriosque hizieron. Pero como al presente yo viniese a estar ocupado en este libro llamado Astronómico Imperial que Su Mag. me mandó hazer […].[21]