Al norte del Padre Lachaise se escalonan las
colinas de Ménilmontant y de Belleville, desde
donde se domina París por mil puntos de vista.
AUGUSTE VITU / EMILIA PARDO BAZÁN, 1890
Poner nombre a las calles tiene su voluptuosidad.
WALTER BENJAMIN, 1927
Moi j’vous emmène à Ménilmontant.
ISABELLE GEFFROY, 2015
I
Azorín, quien a menudo trató en su obra, desde finales del siglo XIX, a Emilia Pardo Bazán, dedica en el libro rememorativo de sus trabajos y sus días, Madrid (Biblioteca Nueva, 1941), un capítulo, «La inactual», a la escritora coruñesa. «Estando en París me he acordado mucho de la Pardo Bazán. La evocaba principalmente cuando me encontraba en una salita silenciosa, con un balcón a una calle sin tránsito, salita con cuadros y vitrinas henchidas de preciosas baratijas. Hablo del Museo Carnavalet –uno de los más curiosos de París– y de la salita que hoy se consagra a Jorge Sand» (s. f., p. 1033). Aunque la evocación es de carácter azoriniano, lo que a continuación tejen sus recuerdos es preciso, riguroso: «La Pardo Bazán tenía una excelencia sin la cual no se puede ser artista: la curiosidad […]. Y ha llegado en sus curiosidades –el plural aquí es significativo– adonde no han llegado los otros maestros [se refiere a Valera y Pérez Galdós]. Curiosidad por el libro, la muchedumbre de los libros, y curiosidad por la sensación viva» (s. f., p. 1038). La «sensación viva», basada en la experiencia humana y vertida en un idioma singular, vigoroso y apelativo, tiene en su trayectoria de mujer escritora un capítulo importante, decisivo, en la ciudad de París. Hacía bien Azorín en acordarse de doña Emilia desde París.
Años antes, finalizando 1922, Azorín publicaba en el ABC (11 de diciembre de 1922) una evocación del viaje que Emilia Pardo Bazán realizó en peregrinación a Roma en 1887. «Delicioso, ese libro, Mi romería», escribe Azorín (1956, p. 182), para añadir: «Todos los libros de Emilia Pardo Bazán –tan curiosa de todo espectáculo intelectual– son merecedores de estudio y atención. Lo son estas primeras obras en que la visión es directa y espontánea». Entre ellas no es impertinente incluir Al pie de la torre Eiffel (Crónicas de la Exposición) (Madrid, La España Editorial, 1899) y Por Francia y por Alemania (Crónicas de la Exposición) (Madrid, La España Editorial, 1890), libros que los estudiosos de la escritora gallega han analizado con detalle, sobresaliendo el excelente trabajo de María Isabel Jiménez Morales[1]. Sin embargo, ni la profesora de la Universidad de Málaga ni las dos últimas biógrafas de Pardo Bazán, Eva Acosta –Emilia Pardo Bazán. La luz en la batalla. Biografía (Lumen, Barcelona, 2007)– e Isabel Burdiel –Emilia Pardo Bazán (Taurus, Madrid, 2019)–, mencionan el extraordinario trabajo de traductora que la escritora coruñesa llevó a cabo en 1890[2] al firmar la versión castellana del libro de Auguste Vitu (1823-1891) Paris (Maison Quantin, París, 1889), que contenía 450 grabados de varios autores –Montader, Gudin, Salvel, Mas, Pinson–, intercalados en el texto, y 19 láminas complementarias, en una encuadernación modernista que atesoraba, en gran folio, las cerca de 550 páginas de esta extraordinaria joya bibliográfica.
El libro de Vitu se volvió a editar cerca de medio siglo después con algunas variantes. En primer lugar, no se trata de una joya bibliográfica, sino de una cuidada edición que reproduce un riguroso facsímil reducido (270 mm x 200 mm) de la editio princeps; en segundo lugar, se añadieron 40 láminas de aspectos de la Exposición Universal de 1867 –que visitó con abundantes dolores de cabeza el joven Galdós– y un texto del propio Vitu, enfervorizado partidario del Second Empire. El título del libro es Paris il y a cents ans vu par Auguste Vitu (Jean de Bonnot, París, 1975).
El presente artículo quiere dar cuenta de la encrucijada y de la significación de esta traducción[3] y del contexto en que se produce, convencido de que cualquier trabajo de Pardo Bazán merece, al modo azoriniano, atención, sobre todo cuando abundan todavía bastantes interrogantes en torno a la gestación y a la divulgación de esta singular publicación.
II
La traducción de Paris de Auguste Vitu se publicó en 1890. Se trata de otra joya bibliográfica con pie de imprenta de Enrique Rubiños y en el marco de La España Editorial. Reproduce con exactitud –pese a leves variaciones debidas a la extensión del texto– los grabados y las láminas de la edición francesa, así como el índice alfabético final y los grabados que abren y cierran la obra: Cartouche de la Salle Saint-Jean (Hôtel-de-Ville) y Un mascaron du Trocadéro, respectivamente. No es aventurado suponer que existió una notable coordinación editorial entre París y Madrid, que podría estar basada, tal y como sugiere la profesora Freire (2006, p. 153), en «el compromiso que doña Emilia tenía con el autor, que dirigía en París una de las publicaciones en que ella colaboraba». Mismamente, el fallecimiento de Auguste Vitu en el verano de 1891 restó la mayor y mejor difusión del libro y complementariamente la de su traducción castellana, aunque no pasa de ser una mera hipótesis.
Con motivo del fallecimiento de Auguste Vitu, el diario barcelonés La Vanguardia, que había prestado una notable atención a la Exposición Universal de París de 1889[4], publica, mediante la pluma de quien más adelante sería codirector del diario, Ezequiel Boixet, bajo su habitual seudónimo de Juan Buscón y en la sección Busca Buscando, una necrológica de Auguste Vitu (8 de agosto de 1891) de tono muy elogioso y de mayor entidad que la publicada en Le Journal de Finances (15 de agosto de 1891), pese a que Vitu fue el fundador (1869) y director hasta su muerte de dicho periódico francés. Boixet, quien había entrado en el periódico de los Godó a instancias de Josep Yxart y Joan Sardà, buen amigo y traductor al francés de Narcís Oller, había afianzado su sección con una regularidad ejemplar, que a la mirada irónica de Josep Pla (1991, p. 293) parecía anfibia: «Boixet feia una secció diària titulada Busca Buscando…, que firmava Juan Buscón. Era un paper d’una absoluta inanitat, però la secció i el pseudònim tenien un éxit extraordinari», según escribe en el «homenot» dedicado a «El senyor Godó i La Vanguardia».
Según Boixet, Vitu era uno de los primeros críticos franceses, con una labor incesante a lo largo de cuarenta años en el campo de la literatura, el teatro, el arte y el periodismo, siempre desde unas señas políticas bonapartistas. A juicio de Boixet:
Vitu fue sin duda una figura de primer orden, y aquellos de nuestros lectores que hayan leído con alguna asiduidad Le Figaro de diez y seis o diez y ocho años a esta parte, habrán podido comprender cuánto valían los estudios críticos que llevaban su firma. Y digo estudios porque realmente los artículos periodísticos de Vitu eran algo más que simples artículos de periódico. En aquellas páginas que el escritor trazaba con mano rápida al salir de una primera representación, que al segundo enviaba a las cajas a medida que iban brotando de la pluma, eran verdaderos trabajos de crítica concienzuda y reflexiva.
De ahí que considere que las reseñas teatrales, musicales y dramáticas de las páginas de Le Figaro, desde su ingreso en 1869 hasta su fallecimiento, constituyen una «magnífica obra» para el aprendizaje de los críticos incipientes. Por otra parte, Boixet subraya y enfatiza su condición de «estilista de primer orden». Pese a que, como señalaré más adelante, La Vanguardia recibía puntualmente desde el 25 de marzo de 1891 los cuadernos de la traducción de su Paris a cargo de Pardo Bazán, nada menciona la necrológica de Boixet, quien, a juzgar por su confesión de que Vitu era en el trato personal «la cortesía personificada», debía de haber conocido de primera mano al poliédrico escritor, crítico y publicista francés, que durante el bienio 1885-1886 presidió la Société de l’Histoire de Paris et de l’Île-de-France, fundada en 1874.
Lo cierto es que de Auguste Vitu son muy contadas las referencias en los libros de crítica literaria francesa de la época, así como en las oceánicas correspondencias de Flaubert o Zola. Sus labores de crítico dramático y musical en Le Figaro pasan desapercibidas a Jules Lemaître en sus ocho volúmenes de Les contemporains (I-VII, 1887-1889; VIII, 1914) o en los cuatro que Anatole France dio a la luz bajo el marbete de La vie littéraire (1888-1894). Y ya cerca de nuestro tiempo nada se dice de sus quehaceres en libros tan importantes como La critique littéraire française au XXe siècle (1800-1914) (2001), de Jean-Thomas Nordmann. Vitu es únicamente actor importante en el libro de Gerda Taranov The Art Within the Legend. Sarah Bernhardt (1972), que pone de relieve sus actividades como crítico dramático y musical. En el campo más amplio del papel de los intelectuales y de la vida cultural y artística parisiense, la personalidad de Auguste Vitu carece por completo de relieve en los libros Le siècle des intellectuels (1997) y Les voix de la liberté (2001) de Michel Winock, Paris fin de siècle. Culture et politique (1998) de Christophe Charle o en el espléndido estudio de Éric Hazan L’invention de Paris (2002). Me parece impertinente recordar que Walter Benjamin ni tan siquiera lo menciona. Solo Christophe Prochasson, en su estupendo libro Paris 1900. Essai d’histoire culturelle (1999), lo señala junto con Sarcey, también crítico teatral, como ejemplo de «hommes doubles» (el concepto lo creó Charle): personalidades acomodaticias, en el advenimiento de una cultura de masas urbanas en el final del siglo XIX.