No insisto más en lo que todo lector apreciará y verá con sus ojos en cuanto saboree las primeras páginas de la obra monumental de Vitu. Sin embargo, no quiero suprimir otro elogio que, si no es de carácter literario, no por eso dejará de interesar a la mayor parte de los que hablan y leen la lengua española. La obra de Vitu respira un templado espíritu católico, lleno de tolerancia, pero que en ocasiones delata a un creyente sincero. Al describir las iglesias y las imágenes; al recordar los días de gloria de la Francia antigua, por el pico de su pluma, siempre imparcial y serena, transpira la emoción. El sabio, el inteligente admirador de las bellezas arquitectónicas, el devoto de los sagrados recuerdos, el cronista de París, no puede perdonar a los vándalos comunistas que blandiesen la tea incendiaria y derramasen el nauseabundo petróleo sobre los edificios venerables, honra de la metrópoli y tesoro de la nación. Las llamas que devoraron techos y pinturas murales, cuadros de inestimable valor, archivos atestados de documentos, bibliotecas y palacios dejaron en los ojos de Vitu su siniestro reflejo rojizo, y, cuando tiene que tratar de revoluciones y disturbios, su estilo severo fustiga y condena.

Si bien en la segunda parte de «Al lector» Pardo Bazán apunta, en sus notas como traductora, que conservó los términos franceses en la nomenclatura jurídica y españolizó lo que pudo «los nombres de personas, pueblos, monumentos y calles» –pero «si algún punto me ha parecido dudoso, haré por aclararlo en brevísima nota»–, lo cierto es que dicho propósito no se cumple. Ninguna de las siete notas que la traductora añadió tiene que ver con la declaración de intenciones de «Al lector». En cambio, salvo la primera, que es de orden lingüístico, y la cuarta, que aclara una supuesta confusión de Vitu, la segunda, la tercera y la séptima tienen un sabor político sobre las relaciones históricas de España y Francia. En este sentido, conviene recordar escuetamente que, en el epílogo de Por Francia y por Alemania, Pardo Bazán (1890, p. 248) ajusta de modo muy certero su pensamiento sobre estas relaciones: «Francia ni puede ser nuestra aliada política, ni cabe que la adoptemos por modelo exclusivo, imitándola servilmente en todo; pero esto no quita para que sea una grande, poderosa, ilustrada, activa y fuerte nación». Al respecto del desconocimiento y la desconfianza de los franceses sobre España, creo que uno de los textos más indicativos procede de La Ilustración Artística (11 de octubre de 1909), cuando era presidenta de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid. Había llovido bastante desde la publicación de París: «Hay en Francia tendencia a la simpatía cosmopolita: para todas las naciones tiene Francia una sonrisa de fondista amable, que se despepita por agradar a la clientela. Quizás la única excepción a esta regla del carácter nacional sea su modo de tratar a España, en el cual se une el desdén a la curiosidad malsana y picaresca».

La quinta y la sexta nota apuntan a las vivencias de sus viajes a París, en concreto a sus largas horas de estancia en la Biblioteca Nacional, de las cuales da sintética noticia a Galdós en carta del 5 de febrero de 1885, entre otros testimonios de los que prescindo: «Me hallo aquí desde hace algún tiempo estudiando en la Biblioteca algo referente a nuestro ayer literario […]. ¡Qué bien se estudia aquí, qué hermoso silencio el de las grandes ciudades! Acostumbrada yo a las impertinencias de la vida de provincia (reniego de ella), me parece ahora mentira poder disponer de 6 horas diarias, mías, para el trabajo» (Pardo Bazán, 2013, pp. 51-52).

Dada la rareza de la joya bibliográfica que es París, transcribo las notas de Pardo Bazán y su contexto. Las siete notas son las siguientes (indico el pasaje textual al que se refiere, la página y la propia nota):

  • En las islas de San Luis y de la Cité (p. 6): «La palabra hotel, que ya va empleándose en lengua española, no solo con la acepción de “fonda montada a la francesa” sino con la de “casa que habita entera el dueño o un solo inquilino”, me parece, sin embargo, tan malsonante y bastarda que creo la sustituye con ventaja en el presente caso el vocablo palacete».
  • Museo de Cluny / las coronas de los reyes visigodos (p. 169): «Joyas que nos pertenecieron a los españoles, como que son las encontradas en Guarrazar, y que para mengua nuestra hemos dejado que pasasen a una colección extranjera [joyas descubiertas en 1858]».
  • Museo del Luxemburgo / «Desgraciadamente, el año 1815 arrebató a nuestros museos los lienzos que en ellos acumularan nuestras victorias» (p. 267). «No puedo menos de indicar o sugerir en contra de este párrafo una protesta que adivinará todo español, sin que yo la formule explícitamente».
  • «Jardín de las Tullerías, Campos Elíseos, bosque de Bolonia, parque de Monceaux y parque de los Cerrillos de Saint-Chaumont, cuya pintoresca belleza eclipsa a los más famosos paseos de Europa, los Cascine de Florencia, el Prado de Madrid…» (p. 342): «Suponemos que el autor confunde el Prado con el Retiro, o atribuye al Prado una extensión y amenidad que no tuvo nunca».
  • Biblioteca Nacional / «Los trabajadores más modestos encuentran en el alto personal de la Biblioteca Nacional guías ilustrados y seguros» (p. 502): «La traductora ha trabajado bastante en esta biblioteca y podría discutir no la afabilidad de los empleados, pero sí la construcción y organización de la sala de estudio, y de la biblioteca en general. Es inconcebible, por ejemplo, que la nación francesa, tan rica e ilustrada, no pueda aumentar el personal, y tener abierta la biblioteca siquiera hasta media noche, pues, cerrándose, como se cierra, a las cuatro de la tarde, hay muchísimas personas que no la podrían aprovechar nunca.
  • Biblioteca Nacional / ínfima catalogación (p. 503): «Sin catálogo, esta inmensa biblioteca es casi inútil o cuando menos solo sirve para los que ya van, como suele decirse, a tiro hecho, provistos de las indicaciones bibliográficas necesarias. Aún lloro las horas que esta deficiencia de catalogación me obligó a perder. ¿No es extraño que París no pueda acabar de catalogar su biblioteca?».
  • Plaza de la Estrella / «Napoleón I fue quien eligió el redondel de la Estrella para conmemorar las victorias francesas» (p. 520): «Y también algunas derrotas, al menos por lo que a España se refiere».

Pardo Bazán tradujo Paris por una decisión que explica y justifica en los primeros párrafos de «Al lector», lo que no es óbice para mantener la hipótesis que he formulado, sobre todo porque la prosa expositiva de Vitu no es la de los Goncourt y, como conviene no olvidar, cuando Eduardo Gómez de Baquero «Andrenio» la interrogaba retóricamente sobre las razones por las que no había traducido a Émile Zola, doña Emilia contestaba (La Ilustración Artística, 20 de octubre de 1902): «No le traduje, ni le traduciría, por varias razones, entre ellas porque Zola, que fue un gran artista, no fue un artista de la forma, exquisito, raro, refinado como los Goncourt y traducir a Zola… sería traducir, y no más». A buen seguro, Pardo Bazán se esforzó para que la traducción de Paris fuese algo más que traducir, tanto en el quehacer específico como en la estrategia para abonar el camino del Nuevo Teatro Crítico.

El nueve de febrero de 1896, Juan Valera (2007, p. 148), quien había regresado a Madrid de su estancia diplomática en Viena, escribe a Rubén Darío y le comenta que Emilia Pardo Bazán «va a escribir más que el Tostado y sobre todos los asuntos y materias que pueden ocupar el espíritu humano». No andaba equivocabo el escritor cordobés; en efecto, la obra de Pardo Bazán ya lo confirmaba. Así, la ingente obra de la escritora coruñesa nace, al margen de otras consideraciones que tienen que ver con su condición de mujer gallega,  de dos características que aprendió en su admirado padre Feijoo: una infinita curiosidad y un eficaz, preciso y sugestivo «tino mental». Ambos rasgos contribuyeron a convertirla en una intelectual imprecindible de la cultura gallega, española y europea.

Portada de la traducción castellana de Paris, de Auguste Vitu (1890).

Reclamo publicitario aparecido en Cuentos morales de Leopoldo Alas «Clarín» (1896).

 

NOTAS

[1] Véase «Emilia Pardo Bazán, cronista en París (1889)» (Revista de Literatura, 140.LXX, 2008, pp. 507-532).

[2] «El año de 1890, dedicado al trabajo y al estudio, es para ella uno de esos años, que hay en la vida de las personas, en que uno se siente capaz de todo», escribió con agudeza Carmen Bravo-Villasante (1973, p. 188).

[3] Si no ando errado, en la selva bibliográfica acerca de la personalidad y la obra de Pardo Bazán, solo las profesoras Ana María Freire y Dolores Thion se han ocupado de la traducción de Paris. La primera, en su artículo «Emilia Pardo Bazán, traductora. Una visión de conjunto» (2006), reproduce fragmentariamente el texto «Al lector», con el que doña Emilia abría su traducción. Dolores Thion lo hace en un denso y largo artículo en el que examina las características de la traducción, «¡Aquel París! Emilia Pardo Bazán traductora de Auguste Vitu».

[4] Véase el texto de Marta Giné-Janer «La Exposición Universal de Paris (1889). Su recepción en La Vanguardia» (2008).

[5] Tomo los datos de la excepcional biografía de Zola a cargo de Henri Mitterand (2001).

[6] La finalidad principal de El Americano (1872-1874), tal y como sostiene el propio semanario, es «estrechar los lazos que unen la América Latina con la Europa del mismo origen, dando a conocer a esta las cosas y los hombres trasatlánticos y recíprocamente».

[7] Ambos periódicos –el segundo nacido en 1866 y fracasado casi de inmediato– son incondicionalmente bonapartistas. Tomo los datos de Christophe Charle (2004).

[8] En una carta de Pardo Bazán a Edmundo de Goncourt (19 de mayo de 1890), a propósito de la traducción de Les frères Zemganno, escribe sobre Manso de Zúñiga: «L’honnêteté et la délicatesse de cet éditeur». Cito por el excelente artículo de Francisca González Arias (1989, p. 442), «Emilia Pardo Bazán y los hermanos Goncourt: afinidades y resonancias». Años después doña Emilia recordaba en La Ilustración Artística (3 de febrero de 1902): «Una casa editorial que nació bajo muy buenos auspicios –los de Manso de Zúñiga– y que, por causas ajenas a los vaivenes de la librería, quebró algunos años después».

[9] Más precisiones en el texto de Ana María Freire «Emilia Pardo Bazán, traductora: una visión de conjunto» (2006, pp. 150-153).

 

BIBLIOGRAFÍA

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Charle, Christophe. Le siècle de la presse (1830-1939), Seuil, París, 2004.

Freire, Ana María. «Emilia Pardo Bazán, traductora. Una visión de conjunto», Traducción y traductores: del Romanticismo al realismo (editado por Francisco Lafarga y Luis Pegenaute), Peter Lang, Madrid, 2006, pp. 143-158.

Gener, Pompeyo. Mis antepasados y yo. Apuntes de unas memorias (editado por Josep M. Domingo), Punctum, Lleida, 2007.

Giné-Janer, Marta. «La Exposición Universal de París (1889). Su recepción en La Vanguardia», La culture de l’autre, 2008, pp. 1-15.

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González Arias, Francisca. «Emilia Pardo Bazán y los hermanos Goncourt: afinidades y resonancias», Bulletin Hispanique, 91.2, 1989, p. 442.

Mitterand, Henri. Zola. L’homme de Germinal (1871-1893), II, Fayard, París, 2001.

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Apuntes autobiográficos. Obras completas III (editado por Harry L. Kirby), Aguilar, Madrid, 1973.

«Miquiño mio»: cartas a Galdós (editado por Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández), Turner, Madrid, 2013.

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Thion, Dolores. «¡Aquel París! Emilia Pardo Bazán traductora de Auguste Vitu», Cahiers Galiciens, 4, 2005, pp. 197-242.

Valera, Juan. Correspondencia VI, 1895-1899 (editado por Leonardo Romero Tobar), Castalia, Madrid, 2007.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]