POR BLANCA RIPOLL SINTES
En una anotación fechada el 30 de diciembre de 1929, Walter Benjamin da inicio a su hermosa carta de amor a la capital francesa que es París:

Nada más llegar a la ciudad, la gratificación es inmediata. De ahí que en vano uno se proponga no escribir sobre ella. En una muestra de gratitud, y como hacen los niños cuando recrean la mesa rebosante de regalos del día de Navidad, acabas reconstruyendo el día transcurrido (Benjamin, 2013, p. 7).

 

En los dos volúmenes de su proyecto autobiográfico, Coto vedado (1985) y En los reinos de taifa (1986), Juan Goytisolo no salpica el desgranar de sus vivencias con la crónica ni amorosa ni nostálgica de su ciudad natal, Barcelona. Ni tampoco teje historia de amor alguna con el conjunto de sus habitantes a través del ejercicio memorialístico y ordenador de la escritura autobiográfica. Probablemente, no eran ésos sus objetivos al acometer su honesta y cruda empresa. Con todo, Benjamin aparece en dos ocasiones fundamentales en los libros citados y ambas tienen que ver con distintos niveles de actuación del concepto de memoria. La primera referencia emerge en uno de los capítulos metaliterarios, de reflexión crítica acerca de la escritura autobiográfica, que, marcados en cursiva, estructuran el formato dialogístico de Coto vedado, capítulo situado prácticamente al final del volumen. En él, el narrador autodiegético reflexiona acerca del terror experimentado al pasar la frontera entre España y Francia durante los años en que estuvo implicado políticamente en la lucha antifranquista:

Cruzar la frontera en tren sería para ti durante años una experiencia opresiva en vez de exaltante: la sorda pero tenaz impresión de recorrer una tierra de nadie, celosamente vigilada no obstante, recrudecía conforme el convoy se vaciaba de la mayor parte de los pasajeros, dejaba atrás Figueres, inspectores de paisano controlaban severamente el pasaporte, el paisaje devenía triste y desierto, los muros se batían en ruina, edificios cercanos a Portbou cobraban un aire adusto y conminatorio (CV, p. 245).[i]

 

En una de las escenas rememoradas, se yuxtapone, coincidentes en el espacio, el recuerdo posterior —y, por tanto, perteneciente a la reconstrucción autobiográfica, al falseamiento de la experiencia pasada o, simplemente, a la ampliación de la experiencia vital que da el tiempo transcurrido— de la imagen del pensador alemán en Portbou, poco antes de su suicidio:

[…] la pieza quizás en la que el 26 de septiembre de 1940 un grupo de fugitivos sin patria, mujeres y hombres, habían permanecido horas y horas suplicando y llorando ante el oficial impasible que, acomodado en su despacho, invocaba rutinariamente el texto del decreto que impedía su admisión en el país, su obligación de conducirlos con escolta a la frontera donde les acechaba el internamiento administrativo en un campo, la entrega a aquellos mismos de quienes escapaban: todo cuanto él, el hombre con traza de intelectual judío y vagamente trotskista a causa de las gafas incluido en el grupo, tenía previsto desde hacía años: mejor detener el juego allí, aprovechar la tregua nocturna, absorber la dosis de morfina cuidadosamente guardada para el caso: aunque tú no sabías nada de él y nadie florecía entonces la tumba del apátrida (CV, p. 246)

 

No es baladí que en el último párrafo de En los reinos de taifa reaparezca Benjamin y su sentencia de la incapacidad de la memoria para fijar el tiempo ni abarcar la globalidad del espacio y, por tanto, su referencia sirva al narrador para aseverar el engaño implícito del género autobiográfico, su subjetividad inherente y su condición de manipulación posterior de hechos pasados:

Reconstruir el pasado será siempre una forma segura de traicionarlo en cuanto se le dota de posterior coherencia, se le amaña en artera continuidad argumental. Dejar la pluma e interrumpir el relato para amenguar prudentemente los daños: el silencio, y sólo el silencio, mantendrá intacta una pura y estéril ilusión de verdad (RT, p. 383).

 

La referencia filosófica, literaria y moral de Walter Benjamin, pese a sus contadas huellas, enmarca, a nuestro juicio, la posición del autor Juan Goytisolo frente a su proyecto autobiográfico: son numerosas las ocasiones en que el narrador juzga de interés colectivo dejar constancia de ciertos acontecimientos vividos por él (la memoria histórica, encarnada en el Benjamin al borde de la muerte en Portbou); y, asimismo, estamos ante un discurso que se sabe subjetivo y lleno de vacíos y lagunas, por lo que son frecuentes las reflexiones acerca de las relaciones entre memoria y escritura, entre escritura e identidad individual. En este sentido, Goytisolo no duda en remitir al lector a muy diversas fuentes (novelas de su hermano Luis, novelas de Monique Lange, obras de Genet, etcétera); fuentes no historiográficas, aunque fiables para el autor en la reconstrucción de un itinerario vital. No estamos, pues, ante un texto con afán de exhaustividad, sino ante la ordenación retrospectiva de la construcción de una identidad, la de Juan Goytisolo, que se sabe múltiple, conflictiva, pero que se expone honesta ante la mirada del lector. Matizando la definición clásica de Lejeune, el profesor Villanueva propone una noción de la autobiografía cuyos parámetros genéricos cumplen los dos textos de Goytisolo: «Una narración autodiegética construida en su dimensión temporal sobre una de las modalidades de la anacronía, la analepsis o retrospección. La función narradora recae sobre el propio protagonista de la diégesis, que relata su existencia reconstruyéndola desde el presente de la enunciación hacia el pasado vivido» (Villanueva, 1991, p. 207).

Y es que tanto Coto vedado como En los reinos de taifa constituyen un recorrido desde la desmitificación de la genealogía familiar —una «antigenealogía», en palabras de James Fernández (1991, p. 56)— hasta la asunción de su condición homosexual y su consagración a la literatura, en una búsqueda dolorosa e insobornable de la autenticidad existencial: «Escritura, sexo y amor configurarán en adelante tu territorio más profundo y auténtico» (RT, p. 114). No será objeto de este breve estudio dilucidar los límites del género autobiográfico en la particular obra de Goytisolo ni averiguar las fronteras entre lo históricamente verificable y la figuración literaria del escritor; para ello remitimos al lector a insoslayables trabajos críticos publicados con anterioridad (Plaza, 1989, pp. 345-350; Dehennin, 1989, pp. 149-161; Navajas, 1990, pp. 259-278; Labanyi, 1990, pp. 212-221; Loureiro, 1991-1992, pp. 71-94; Moreiras Menor, 1996, pp. 327-345; Pope, 2002).

Como anuncia el título del artículo, nos proponemos analizar cómo la ciudad de Barcelona se materializa en las páginas de los dos libros autobiográficos de Juan Goytisolo: qué aspecto adquiere la ciudad desde la atalaya del Goytisolo niño, del joven, del adulto, del exiliado en París de forma voluntaria. Un estudio más extenso permitiría ramificar los parámetros espaciales que sigamos para Coto vedado y En los reinos de taifa hasta su obra narrativa, entre la que destacaría, rápidamente, Señas de identidad (1966), si bien la extensión de nuestro texto nos obliga a dejar esta comparación para futuras ocasiones y a remitir a estudios que ya la abordan (Navajas, 2007, pp. 284-286).

Aunque el recorrido vital sigue las normas de la retrospección y el narrador atiende, en mayor o menor medida, a la relación que su yo niño, adolescente o adulto establecía con la realidad y sus gentes, bien es cierto que el presente de la narración determina en mucho el punto de vista narrativo desde el cual se nos explican los hechos. En relación con este punto, Villanueva señala el «valor semántico del tiempo, que hace del discurso autobiográfico una auténtica cronofanía» y erige el parámetro narratológico genettiano del «alcance» —distancia entre el presente de la narración y el tiempo vital que se describe— en determinante de las «diferentes tonalidades» que pueden impregnar la narración autobiográfica, «desde la evocación nostálgica de un tiempo lejano entrevisto como en nebulosa hasta el apasionamiento con que se cuenta un curso de acontecimientos en el que todavía se está implicado» (Villanueva, 1991, p. 209).

Ni nostálgico ni apasionado. El propósito evidente de Goytisolo es mostrar a sus lectores el viaje interior y exterior llevado a cabo para alcanzar una «autenticidad subjetiva», en palabras del escritor barcelonés, y todo ello con evidentes intentos de ecuanimidad. En consecuencia, la «tonalidad» con que Goytisolo tiñe su pintura nos muestra una Barcelona que deviene un espacio de opresión vinculado a diversos estamentos fundamentales para la organización de la sociedad española durante el franquismo: la autoridad paterna, la moral católica, la falta de derechos y libertades en un sistema dictatorial y la hipocresía social de la clase protagonista en la capital catalana, la burguesía. El rechazo múltiple a estas cuestiones, que asfixiaban moral y existencialmente al escritor desde su adolescencia, lo lanzó a huidas también múltiples, que culminarían con el abandono definitivo de su residencia en España. En este sentido, el narrador recuerda, en Coto vedado, el clima tenso e insoportable que se instauró en su familia después de los abusos sexuales que le infligió el abuelo materno y su deseo de escapar:

El rencor activo del uno [su padre] y resignación derrotada del otro [el abuelo] fueron el pan cotidiano de mi vida barcelonesa: un elemento penoso, cuya reiteración insoportable contribuyó de forma decisiva a hacerme aborrecer el lugar. Largarme de casa, del barrio, de la ciudad: todos mis planes de bachiller flamante convergían en la huida. El día en que solté al fin las amarras, mentalmente vivía fuera. Cuando uno se va es porque ya se ha ido (CV, 125).

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