En este espacio ajeno al trajín urbano, Goytisolo perfila a personajes como Alonso, el propietario; el ebrio cantante de habaneras Amadeus; la señorita Rosi y sus Bisontes; y, entre los mejilloneros y marineros, pronto destacará Raimundo, summa de todas las virtudes que el escritor anhelaba encontrar en el bar de la Barceloneta: la marginalidad más absoluta, un físico poderoso y brusco, la seductora mezcla de gracia y falta de modales. La fascinación ejercida por Raimundo va a marcar el compás de las experiencias de Juan Goytisolo por la Barcelona portuaria: absorbe su lenguaje, el pasado oculto tras sus silencios y mentiras, y, vampíricamente, lo vierte en su escritura literaria (por ejemplo, en Fiestas, de 1958); y constituirá, como Lucho en Madrid, una nueva constatación de la homosexualidad soterrada, acallada y que sólo emerge en circunstancias de ebriedad, en un ambiente homofóbico —su padre, la sociedad, la Iglesia— del que decide escapar en 1955.
Ruptura no sólo interior sino física, en mi caso, con el ambiente familiar en el que crecí, mi ciudad natal, la Cataluña en la que siempre viví como un extraño, la España opresora y oprimida por Franco, por forjar mi obra y morada vital lejos y en contraposición a todo esto, inmerso en un medio francés, árabe o norteamericano sin integrarme no obstante en ninguno de ellos, apátrida moral y espacial, pero unido fatalmente al idioma en el que expresé mi primer sentimiento de «diferencia» y a través del cual pude salvarme (CV, p. 280).
París, Monique Lange y Gallimard, su labor antifranquista desde el exterior, sus tensas idas y venidas entre la capital francesa y Barcelona son los acontecimientos que cierran Coto vedado y que abren En los reinos de taifa. En el segundo volumen, publicado en 1986, Barcelona aparece en la lejanía, visitada esporádica y brevemente por un Goytisolo implicado en la labor política del Partido Comunista Español en el exilio. Las tareas antifranquistas surgen en este libro matizadas por la reflexión y la sucesión de hechos posteriores —el poder del «alcance» narrativo—, desvestidas de cualquier ropaje heroico o épico, puesto que están contadas desde la atalaya del escritor que se sintió mucho más cerca de Jorge Semprún y Fernando Claudín cuando Carrillo y sus correligionarios decidieron expulsar a ambos dirigentes del partido en 1964. Desde este registro, el narrador protagonista nos refiere su cobertura barcelonesa de la huelga nacional pacífica promovida por el PCE en 1959:
En Barcelona, había asistido a los preparativos de la huelga organizada por el partido, con el apoyo a menudo simbólico de otras organizaciones antifranquistas: el ambiente en los medios opositores era de euforia y me fui con la impresión de que se avecinaban grandes cambios. En las barriadas obreras e incluso en algunas zonas del Ensanche, las consignas de paro y la «p» de protesta se multiplicaban: ante la imposibilidad material de borrarlas a diario, los policías transformaban la letra en garabatos a lo Miró, convirtiendo así a Barcelona en una singular capital del grafito abstracto (RT, pp. 39 y 40).
Pese al optimismo de los organizadores, dentro y fuera de las fronteras españolas, la huelga, en conjunto, fracasó. En su reportaje publicado en L’Express, titulado «“P” de protesta», Goytisolo prescinde de las cortapisas y directrices de partido para ofrecer un panorama real, si bien desalentador, de la convocatoria: «El miedo al despido y desempleo —en un periodo de crisis intensa como el que atraviesa España— ha recortado las alas al movimiento […]. Pero sobre todo, detrás de las razones tácticas, está la realidad de un país al que veinte años de franquismo han quitado el gusto de la política» (RT, p. 43). Crónica que merecería numerosas críticas entre los sectores comunistas españoles afincados en París.
El asedio a las células comunistas de Barcelona entre 1958 y 1959 acabaron con el encarcelamiento de, entre otros, Luis Goytisolo. Este hecho aceleraría un reencuentro de Juan con «ese universo fantasmal y decrépito de la torre de Pablo Alcover, con tres ancianos —mi padre, Eulalia, el abuelo— abrumados y hundidos por la catástrofe que les caía encima» y con «sentimientos de remordimiento y de culpa por vivir lejos de ellos, preservado de la visión de su asoladora orfandad» (RT, p. 48). Las visitas con Monique a España perseguían un objetivo doble: proseguir con los intentos de sacar a su hermano de la prisión, trasladado a Madrid, y continuar con su labor literaria y cultural (encuentros literarios y editoriales en Formentor, etcétera). Juan consigue el favor de numerosos intelectuales nacionales y extranjeros, hasta que logran su liberación. Por esos mismos años, la pareja Lange-Goytisolo retoma con asiduidad el vínculo con los protagonistas de la gauche divine barcelonesa: Ricardo Bofill, Castellet, Barral o Gil de Biedma, entre otros. Sin embargo, pronto reaparece su voluntad de construirse a sí mismo en el extranjero:
Por espacio de once años vivirás física y moralmente alejado de tu país, fuera del devenir histórico, dueño del vasto olvido: mientras tu nombre desaparece de los periódicos, la obra impresa en París, México, Buenos Aires es rigurosamente prohibida. Dicho ostracismo favorece no obstante tu decisión de ser quien eres, de afirmar tu verdad y escala de valores frente a las normas y ritos de la tribu: de poner coto al apremio del tenaz ladrón de energías (RT, p. 105).
Habitar el margen, la frontera, el no lugar. Un ejercicio moral en el que Jean Genet sería su máximo maestro, pues le descubriría «un ámbito moral nuevo». Genet alquilaba siempre habitaciones modestas en pensiones baratas, cercanas a estaciones de tren o, más tarde, aeropuertos, y apenas acumulaba posesiones que cupieran en una pequeña maleta: ligero de equipaje, el exilio, la decisión de no enraizar constituyeron sus ideales. Tras su ejemplo, defiende Goytisolo:
[…] tras el mundo burgués cerrado y compacto del barrio barcelonés de la Bonanova, con sus espectros familiares y hecatombe afectiva, me internaré poco a poco y con cautela, de su mano, en esa fecundidad desligada de nociones de patria, credo, Estado, doctrina o respetabilidad de mi ejido-medina de la Bonne Nouvelle (RT, p. 156).
El exilio francés no será, con todo, suficiente. Tras un tortuoso camino de intentos para conjugar el amor que siente por su compañera y su condición homosexual, antes de un viaje a la URSS asume y comunica a Monique su circunstancia. Años después, sobrevendrá el segundo exilio y su traslado al norte de África, viaje que emprende con el mismo propósito: hallar el espacio propicio para vivir libremente su identidad personal y poder, así, librarse, abocarse de forma plena y auténtica a la escritura. Este proceso de asunción completa se transmutará en una notable inflexión estética, narratológica en su obra literaria, que devendrá, como asevera el profesor Sotelo, una «narrativa de un radical fragmentarismo, de una composición en mosaico, verdadero palimpsesto alguna de ellas, en la que la linealidad narrativa ha desaparecido por completo, para amanecer una constructividad articulada desde lo plural, desde la diferencia» (2017).
Así confesaba la necesidad perentoria de alejarse para hablar desde dentro en una de las cartas escritas a Monique y transcritas al final de En los reinos de taifa:
[…] en Saint-Tropez, sin algo concreto entre manos, simplemente no existo. Aunque aborrezco a España, este sentimiento tiene algo positivo: es útil para mí pues me sirve en el campo de la escritura. En Saint-Tropez, e insisto en que ello no te concierne, no estoy en España ni frente a España ni puedo mirarla como aquí de una manera nueva (RT, p. 370).
En el conciso discurso de aceptación del Premio Cervantes 2014, Goytisolo confirmaría el deber moral de su último desplazamiento: «Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia. La mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa» (2015, p. 2).
Las realidades representadas en los dos volúmenes autobiográficos de Juan Goytisolo son íntimas más que exteriores. Es por este motivo que la ciudad de Barcelona aparece a retazos, pinceladas de espacios que el sujeto narrador habitó en un momento concreto y que están claramente determinados por las gentes que los habitarían. Barcelona no es ni un mero escenario ni la interrelación entre el espacio exterior y el interior del protagonista a través de las impresiones subjetivas del personaje narrador. Barcelona es una realidad asediada por Goytisolo, una realidad despojada de los oropeles de la retórica oficial que muestra sus profundas brechas morales. Quizá sí se acerque a la noción de realidad vivida, el espace vécu lefebvriano (2013), en tanto que los retazos de Barcelona que se muestran aparecen como una compleja amalgama de símbolos e imágenes, de vivencias posteriores que se inmiscuyen en la rememoración del pasado.
En La España vacía (2016), Sergio del Molino traza los límites y sinergias entre una España urbana, europea y cosmopolita y una interior y despoblada, que han vivido a espaldas una de otra, pero cuyas esencias son indisociables. Frente a una idea positiva de ciudad, que vincula urbe, civilización, modernidad y progreso, Goytisolo llevó a cabo una interesante búsqueda de los lugares impuros, ajenos a ese supuesto cambio positivo, pues representaban para él una dosis máxima de «autenticidad subjetiva» —una esencia que también hallaría, por ejemplo, en esa «España vacía» que dibuja en Campos de Níjar (1960)—. Pájaro que ensucia su propio nido —título que antepuso para sintetizar su posición moral frente a su país de origen en una recopilación de artículos de los años noventa (2001)—, Goytisolo buscó ser el otro, situado en tierra de nadie para poder enfrentarse de forma crítica e insobornable con la verdad.
No es baladí la relación de vaticinio que se establece entre lo que casi constituye una nota mental en Coto vedado acerca de la muerte de su padre y su propia muerte en este año de 2017: «Parada ante el lujoso panteón en donde se pudren los restos de tu familia. Sentimientos de horror por aquel mausoleo, tu puesto reservado en él: firme decisión de no permitir tu sepultura en el mismo» (CV, p. 156). Muy lejos de los cementerios monumentales de Barcelona, Goytisolo escogió el cementerio de Larache, frente al océano Atlántico, junto a la tumba de su admirado Jean Genet, para que, incluso más allá de la muerte, su nombre habitara la frontera, la ruptura y el desplazamiento.
Universitat de Barcelona
[i] Por la frecuencia de cita, se simplificarán las referencias a las dos obras autobiográficas de Goytisolo: Coto vedado como CV y En los reinos de taifa como RT. El lector cuenta con la referencia completa en la lista bibliográfica final.
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