SIGMUND FREUD (1856-1939)
Dos cosas han provocado nuestra decepción en esta guerra: la escasa moralidad exterior de los Estados […] y la brutalidad en la conducta de los individuos, de los que no se había esperado tal cosa como copartícipes de la más elevada civilización humana.
[…]
¿Cómo nos representamos en realidad el proceso por el cual un individuo se eleva a un grado superior de moralidad? La primera respuesta será, quizá, la de que el hombre es bueno y noble desde la cuna. Por nuestra parte, no hemos de entrar a discutirla. Pero una segunda solución afirmará la necesidad de un proceso evolutivo y supondrá que tal evolución consiste en que las malas inclinaciones del hombre son desarraigadas en él y sustituidas, bajo el influjo de la educación y de la cultura circundante, por inclinaciones al bien. Y entonces podemos ya extrañar sin reservas que en el hombre así educado vuelva a manifestarse tan eficientemente el mal.
[…] En realidad, no hay un exterminio del mal. La investigación psicológica —o, más rigurosamente, la psicoanalítica— muestra que la esencia más profunda del hombre consiste en impulsos instintivos de naturaleza elemental, iguales en todos, y tendentes a la satisfacción de ciertas necesidades primitivas. Estos impulsos primitivos no son en sí ni buenos ni malos. Los clasificamos y clasificamos así sus manifestaciones, según su relación con las necesidades y las exigencias de la comunidad humana. Debe concederse, desde luego, que todos los impulsos que la sociedad prohíbe como malos —tomemos como representación de los mismos los impulsos egoístas y los crueles— se encuentran entre tales impulsos primitivos.
Estos impulsos primitivos recorren un largo camino evolutivo hasta mostrarse eficientes en el adulto. Son inhibidos, dirigidos hacia otros fines y sectores, se amalgaman entre sí, cambian de objeto y se disuelven en parte contra la propia persona. Ciertos productos de la reacción contra algunos de estos instintos fingen una transformación intrínseca de los mismos, como si el egoísmo se hubiera hecho compasión y la crueldad altruismo. La aparición de estos productos de la reacción es favorecida por la circunstancia de que algunos impulsos instintivos surgen desde el principio formando parejas de elementos antitéticos, circunstancia singularísima y poco conocida, a la que se le ha dado el nombre de ambivalencia de los sentimientos. El hecho de este género más fácilmente observable y compresible es la frecuente coexistencia de un intenso amor y un odio intenso en la misma persona. […]
Resulta muy interesante observar que la preexistencia infantil de intensos impulsos malos es precisamente la condición de un clarísimo viraje del adulto hacia el bien. Los mayores egoístas infantiles pueden llegar a ser los ciudadanos más altruistas y abnegados; en cambio, la mayor parte de los hombres compasivos y protectores de animales fueron en su infancia pequeños sádicos y torturadores de cualquier animalito que se ponía a su alcance.
«La guerra y la muerte» (1915), en El malestar en la cultura,
trad. Luis López-Ballesteros, Alianza Editorial, 1970, pp. 103 y 104
OSCAR WILDE (1854-1900)
Lo que debemos hacer, lo que es en todo caso nuestro deber, es resucitar ese arte antiguo de la mentira. […] Mentir para lograr una inmediata ventaja personal, mentir con un «fin moral», como suele decirse, era muy corriente en el mundo antiguo, aunque más adelante se apreciase menos. […] Más tarde, lo que al principio sólo había sido un instinto natural llegó a convertirse en una ciencia razonada. Se redactaron leyes minuciosas para guiar a la humanidad y se formó una importante escuela literaria para estudiar el tema. Realmente, cuando se recuerda el excelente tratado de Sánchez sobre esta cuestión, hay que lamentar qua nadie haya pensado nunca en publicar una edición resumida y popular de las obras de ese gran casuista. Un pequeño breviario, titulado Cuándo y cómo debe mentirse, redactado de forma atrayente, de poco precio, lograría una gran ventaja y prestaría notables servicios a mucha gente seria y culta. Mentir con el fin de fomentar el progreso de la juventud es la base de la educación familiar, y sus ventajas quedan demostradas tan admirablemente en los primeros libros de La república, de Platón, que es inútil insistir. […] Mentir por un salario mensual es cosa muy corriente en Fleet Street, y el puesto de líder político en un diario tiene sus ventajas; pero es ésta, según dicen, una ocupación algo estúpida y que no lleva más que a una especie de fastuosa oscuridad. La única forma irreprochable es, como hemos demostrado, la mentira por sí misma, y el más elevado desarrollo que pueda alcanzar es la mentira en arte. De igual modo que a los que no prefieren Platón a la verdad les está vedado entrar en Academos, los que no prefieren la belleza a la verdad no pueden entrar en el templo secreto del arte. […]
La revelación final es que la mentira, es decir, el relato de las bellas cosas falsas, es el fin mismo del arte.
«La decadencia de la mentira», en Ensayos. Artículos, trad. Julio Gómez de la Serna, Hyspamérica, 1986, pp. 138, 139 y 141
4. NUESTRO PRESENTE: OPINIONES, FRAGMENTOS
GEORGE ORWELL (1903-1950)
Lo que más le producía a Winston la sensación de una pesadilla es que nunca había llegado a comprender claramente por qué se emprendía la inmensa impostura. Desde luego, eran evidentes las ventajas inmediatas de falsificar el pasado, pero la última razón era misteriosa.
[…]
Cogió el libro del texto infantil y miró el retrato del Gran Hermano que llenaba la portada. Los ojos hipnóticos se clavaron en los suyos. Era como si una inmensa fuerza empezara a aplastarlo a uno, algo que iba penetrando en el cráneo, golpeaba el cerebro por dentro, le aterrorizaba a uno y llegaba casi a persuadirlo de que era de noche cuando era de día. Al final el partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común. Y lo más terrible no era que lo mataran a uno por pensar de otro modo, sino que pudieran tener razón. Porque, después de todo, ¿cómo sabemos que dos y dos son efectivamente cuatro? O que la fuerza de la gravedad existe. O que el pasado no puede ser alterado. ¿Y si el pasado y el mundo exterior sólo existen en nuestra mente y, siendo la mente controlable, también pueden controlarse el pasado y lo que llamamos la realidad?
1984, Destino, trad. Juan Vinyes Miralpeix, 1980, pp. 88 y 89
VICTOR KLEMPERER (1881-1960)
Ayer, de una a dos, la «hora solemne». «A las trece horas, Adolf Hitler viene a los trabajadores». Totalmente el lenguaje del Evangelio. El Redentor va a los pobres. Y a esto se añade el montaje a la americana […].
Un informe muy hábil de Goebbels sobre la opinión pública, en un tono apacible, luego, durante más de cuarenta minutos, Hitler. Una voz casi siempre ronca, forzada, excitada, largos pasajes en un tono lloroso de predicador sectario. Contenido: yo no sé de intelectuales, de burgueses, de proletarios, sólo conozco al pueblo. ¿Por qué se han quedado en el país millones de enemigos míos? Los que se han quedado son unos «miserables»… Y unos cientos de miles de internacionalistas desarraigados —exclamación: «¡Judíos!»— quieren sembrar la cizaña entre los pueblos. Yo sólo quiero la paz, yo he salido del pueblo bajo, yo no quiero nada para mí, sólo tengo tres años y medio de plenos poderes y no necesito títulos. Vosotros tenéis que decir «sí» por vuestro propio bien. Etcétera, sin orden, apasionadamente; cada una de las frases, una mentira, pero casi diría que mentira inconsciente. Ese hombre es un fanático de vía estrecha. Y no ha aprendido nada.
Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios, 1933-1941,
trad. Carmen Gauger, Galaxia Gutenberg, 2003, p. 67
FRANÇOIS FURET (1927-1997)
En el fondo, poco importa que antes de morir Lenin haya percibido los peligros de semejante régimen: fue él quien organizó las reglas y su lógica. Lo que fundamenta en última instancia el sistema de la revolución es la autoridad de la ciencia, el conocimiento de las leyes de la historia. […]
A este respecto existe una especie de misterio acerca del triunfo ideológico inicial del bolchevismo en Europa, misterio que no deja de tener su analogía con el que rodea el desarrollo de las ideas fascistas hacia la misma época; pues ambos movimientos están ligados como la acción y la reacción, tal como indican la cronología, las intenciones de los protagonistas y los préstamos recíprocos que se hacen uno al otro. Acaso esta relación de dependencia permita establecer una hipótesis: que los efectos de simplificación y de amplificación que realizan ambas ideologías son el secreto de su seducción. En efecto, ambas llevan hasta el grado caricaturesco las grandes representaciones colectivas de «estar juntos» que predican: una de ellas es una patología de lo universal y la otra una patología de lo nacional. No obstante, ambas dominarán la historia del siglo. Tomando cuerpo en el curso de los acontecimientos que contribuirán a formar, sus efectos se irán agravando al fanatizarse sus partidarios: la prueba del poder, en lugar de limar las aristas, multiplicará sus atrocidades y sus crímenes. Stalin exterminará a millones de hombres en nombre de la lucha contra la burguesía y Hitler a millones de judíos en nombre de la pureza de la raza aria. Existe un misterio del mal en la dinámica de las ideas políticas del siglo xx.
[…]
El terror jacobino y el terror bolchevique están inscritos en el mismo registro de la voluntad extraviada, pero el segundo presenta riesgos de más larga duración —ya que está protegido contra los desmentidos de la experiencia— y de mayor intensidad —ya que por definición está sometido a la tentación de la «fuga hacia adelante»—.
El pasado de una ilusión, trad. Mónica Utrilla,
Fondo de Cultura Económica, 1995, pp. 40, 41 y 106