POR EFRAÍN RODRÍGUEZ SANTANA

«Pasan Paulino de Tiro y Patrófilo de Shitópolis.

Pasan Narciso de Neronias, Teodoto de Laodicea,

el patriarca Atanasio.

Y el emperador Constantino acaricia los hombros

de un faisán.

Escucha embelesado la ascensión de Occidente.

Y monta caballo blanquísimo buscando a Arlés».

Gastón Baquero

La poesía de Gastón Baquero y su vida pública parecen excluirse y complementarse de forma indistinta. Oscilaciones intensamente concretas, por una parte, y absolutamente fabuladas, por la otra. Alternancias en un sentido político y en otro poético, que definieron la biografía de una de las personalidades literarias cubanas más singulares del siglo xx. Poeta y político de las adhesiones y los rechazos, de los reconocimientos y las omisiones, de los olvidos impuestos y las recuperaciones abruptas, Baquero transitó de la opulencia social de los años cincuenta en Cuba al rechazo y la indiferencia de los sesenta en el exilio español.

Al retirarse del primer plano político en su país, el poeta recupera en España esa amalgama de sus puestas en escenas de historias imposibles. Historias y personajes muy presentes en los poemas «Palabras escritas en la arena por un inocente» y «Saúl sobre la espada». Gastón afirmaba: «Uno no puede nunca separarse de su sombra, ni de su ser, y el ser se expresa, pues, siempre en plenitud. Aunque uno crea que no está diciendo todo lo que es, cada minuto de nuestra vida, cada segundo, es un sumando y un resultado de nuestra existencia. Es decir, todo lo que el hombre hace es biográfico, cada gesto de la mano, cada idea que surge, cada palabra que brota de los labios, pues llena, completa, la vida de uno, desde que nace y quizás desde antes, hasta que muera».[ii]

Como muchos de sus personajes poéticos, Gastón Baquero tiene una habilidad especial para convertirse en testigo, en intermediador de los acontecimientos que irán marcando las diferentes facetas de su vida. ¿Cómo enfrenta sus retos formativos? ¿Cómo construye sus mundos ficcionales? ¿Qué hace para superar muchos de los escollos sociales en su época de mayor apogeo político? ¿Cómo encuentra sus personales formas de resistencia en el exilio? ¿Cómo encara la vejez real? ¿Cómo metaboliza el éxito de la despedida?

Todas estas preguntas podrían desembocar en la poesía que escribe como respuestas provisionales, descartadas y reconstruidas permanentemente. Baquero lo anuncia en sus «Palabras…», da testimonio de ello a través de una «supuesta irrealidad»: lo que se transforma o destruye de manera calculada, lo que se rehace para la nueva violencia de lo bello, lo que se deposita como nombre en espacios sonoros. «Dentro de mí un cuerpo esplendoroso», dice Baquero de la muerte y de la poesía. Y con esas intuiciones recorre todos los caminos, explorador él mismo de aquellos fondos en su punto de «máxima saturación», como señalara Virgilio Piñera en su cuento «El conflicto»:

—¿Sabe usted? —exclamó de pronto el oficial—. He entrevisto una espantosa imagen… —Y se acercó a Teodoro, declarando en tono confidencial—: […] En otro tiempo, cuando yo era un hombre que realizaba sucesos, no me hubiera sido dable contemplarla; pero ahora, cuando todo es detenido en su punto de máxima saturación, de la atmósfera formada por esos puntos sordos que son los sucesos detenidos, surge la imagen espantosa de un hombre que en mitad de un camino se contempla, retrocediendo en su avance y avanzando en su retroceso… (Piñera, 2002, p. 107).

 

Baquero y Piñera, protagonistas absolutos de sus propios «conflictos», pertenecientes a esa generación de generaciones llamada Orígenes, espléndidamente insubordinados entre ellos; recortados por sus «avances» y «retrocesos».

Baquero nace el 4 de mayo de 1914, producto de un parto de gemelos. Desde ese mismo momento, quizás comience a intervenir como mediador en el conflicto entre su padre, asturiano (José María Baquero), y su madre, mulata y banense (Fredesbinda Díaz), por el hecho del no reconocimiento de los recién nacidos y la negativa del padre a casarse con la madre. Según algunas fuentes, José María ya estaba casado en La Habana con una andaluza y tenía dos hijas. De hecho, a los pocos meses del nacimiento de los gemelos, el padre abandona definitivamente su puesto de telegrafista en Banes y no reaparecerá hasta trece años más tarde, para llevarse al hijo a La Habana (Díaz, 2008).

La infancia de Baquero es de una pobreza radical, no puede asistir a la escuela regular porque tiene que ayudar a la madre en el sustento de la familia. Su ámbito más personal está marcado por las mujeres de la casa, es así que emprende con su tía Mina una especie de acercamiento a la poesía, como lector y como creador de sus primeros versos. Aquí podría ubicarse un primer momento de inflexión vocacional, rodeado de mujeres muy influyentes afectivamente que lo introducen en el mundo de la lectura, de los poetas más populares de la época, dentro de un «ambiente de libros», en su llamada por Gastón «típica casa cubana»:

Mi infancia transcurrió en una típica casa cubana, donde la gente, aunque su situación económica no era muy buena, era de mucha lectura. Era una casa donde se leía mucho, se trabajaba y se leía mucho. Mi madre era una lectora tremenda, creo que leyó los peores libros del mundo, aunque leyó más que nadie. Yo lo llamaba el prontuario de los libros malos. Aparte de que trabajó toda su vida mucho. Siempre estuve en un ambiente de libros, eso es lo que te puede interesar para el aspecto de la literatura luego. Pues bien, inclusive, en aquella casa estaba esa tía mía, que era como las típicas muchachas de aquella época, todas tenían una libreta de poesía, les gustaba recitar, gran ambiente aquel; creo que en casi toda Cuba pasaba eso, en Banes era muy general. Y esa fuente te acerca al mismo libro. Yo busqué fundamentalmente la poesía por esa tía mía, Mina, pues tenía esa locura y siempre estaba con sus libretas. Era costumbre que los muchachos se pasaran libretas unos a otros, había hasta una rivalidad en eso de los poemas. Cuando yo empecé a leer con cierta fluidez, le leía poemas y ella los iba copiando. Poesía de aquella época: Amado Nervo, Darío, y los poemas, por supuesto, de Juan de Dios Peza, una de las peores poesías de América. Imagino que eso me dio cierto sentido del ritmo. Siempre tuve esa inclinación, y de pronto escribí, sin saber cómo; hice unos versitos y se los mostré a Mina. Ella dijo «Ah, qué bonito, vamos a ponerlo en la libreta». Fue mi primera, digamos, entrada en la literatura escrita, porque ella los puso en su libreta (Rodríguez, 1998, pp. 65 y 66).

 

En La Habana inicia estudios acelerados de nivel medio y bachillerato con profesores particulares hasta matricular en la Universidad de La Habana y graduarse de ingeniero agrónomo. Acerca de la elección de esa carrera referirá: «Me hice ingeniero agrónomo para complacer a mi padre […]. Seguramente, mi padre, burócrata, soñaba con lo que los burócratas creen que es una liberación: el título universitario, y, si es de agricultura, de campo abierto, de aire libre, mejor» (Lázaro, 1998, p. 12). Una proeza educativa que en Baquero se repetirá de forma constante.

Se conoce poco de sus años de infancia, de sus relaciones con sus padres, de cómo incorpora los cambios que se producen en La Habana, en el adolescente primero y en el joven después. Al rememorar estas facetas, Baquero lo hace desde una perspectiva muy literaria, pone el acento en el proceso de aprendizaje y no en aspectos relacionados con su afectividad familiar y su propia vida personal. Por otra parte, no se sabe qué hizo el padre en esos trece primeros años de ausencia. Gastón lo menciona como un promotor propicio en sus avances académicos. No vuelve a referirse a él cuando ya está instalado en el Diario de la Marina y se trae a vivir consigo, en su casa de calle 15, en el Vedado, a su madre, su abuela, su hermana y su sobrina.

Aprovecha al máximo el que pudiéramos llamar periodo formativo, antesala de su inserción en el mundo de la literatura y el periodismo de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Décadas dedicadas por su orden a la poesía, el periodismo, la jefatura de redacción del Diario de la Marina y la política.

A mediados de los años treinta, se produce el descubrimiento y posterior encuentro con José Lezama Lima, referencia cimera en la vida literaria de Gastón Baquero:

La relación, literaria primero y literaria y de amistad después, con Lezama Lima, es para mí el hecho más importante de mi vida. Me acerqué a él por carta, en los años treinta y tantos, creo que hacia el 1935 o el 1936, no puedo precisar, ni tiene interés alguno la exactitud de las fechas.

Por pura casualidad, que yo interpreté y sigo interpretando como una señal, un signo, un aviso, hallé en la calle, en una revistita que acababa de salir, llamada Compendio, el poema titulado «Discurso para despertar a las hilanderas». Nunca, ni antes ni después, me ha producido tal impacto la lectura de un poema, yo digo que ahí se produjo algo sobrenatural, algo trascendental, porque yo no tenía preparación para captar esas cosas, como una centella que da un golpe en el alma.

Firmaba aquello José A. Lezama, porque todavía él usaba la inicial de Andrés, su segundo nombre. Había una nota al pie que decía «Joven poeta cubano que cultiva lo onírico, que prepara un libro llamado Filosofía del clavel». Me hice con la revista y me fui a casa decidido a escribirle. Envié a Lezama una carta larguísima, pedantísima, llena de citas: una vitrina infantil para exhibir lecturas abundantes, dispersas y mal asimiladas, pero impresionantes. A poco llegó a mi casa, en la calle Virtudes, 880, una larga carta de Lezama, que terminaba con estas palabras: «Salud, arcos y flechas» (Lázaro, 1998, pp. 21 y 22).

 

Baquero es capaz de confesar las críticas más punzantes que Lezama le hiciera en los primeros años de amistad; los puntos de vista en los que no coincidían, ellos dos, como habitantes escogidos de la Cuba secreta de María Zambrano. Tensiones y empatías que procuraban, en última instancia, la mayor de las epifanías poéticas, el esplendor de una relación compleja: