Por su parte, María Teresa León, al ser entrevistada en México en 1935 para el periódico El Día y la revista Todo, que también recoge Robert Marrast, se pronuncia acerca de la situación de la mujer en la URSS. A preguntas de la periodista Isabel Farfán, afirma que en la sociedad soviética la mujer ha encontrado «un perfecto equilibrio», dado que la protegen todas las leyes, al tiempo que su compromiso y entrega la ha llevado a lo más altos puestos. Un entusiasmo este último que apenas se corresponde con la realidad, pues no hubo ninguna mujer entre los principales dirigentes políticos soviéticos ni en puestos de importancia del Estado. Alude, asimismo, María Teresa León al derecho al aborto libre y a la igualdad jurídica existente en la sociedad soviética entre el hombre y la mujer. El recorrido por América, llevado a cabo por los dos escritores, un recorrido que se vieron obligados a realizar al no poder regresar a España, y las conferencias, artículos y entrevistas tienen idéntico tono de propaganda, casi institucional, de la sociedad soviética, pero también de testimonio. Aunque los Alberti escriben a Kelin desde Nueva York señalando que el objetivo del viaje que iban a emprender era conseguir la solidaridad americana con España, no dejaron de ser heraldos de la buena nueva de la sociedad soviética con el fervor del entregado.

Por esas mismas fechas, es decir, en octubre de 1935, el joven barcelonés Félix Ros, que ejercía con entusiasmo de estudiante, poeta, escritor, periodista y también de falangista, visitaba el que estaba considerado junto con Nueva York el destino más interesante de la época para esos viajeros que no buscaban ni los monumentos ni la historia, sino la realidad y las novedades. En este caso el viaje a la Unión Soviética tenía como objetivo asistir al nacimiento de la nueva sociedad comunista que se estaba erigiendo, según proclamaba número tras número la magnífica, tipográfica y fotográficamente, La URSS en Construcción, la revista oficial que compraban todos los interesados, fueran de la ideología que fueran. Como ya hemos señalado, el viaje realizado por Félix Ros en 1935, que lo lleva a Leningrado y luego a Moscú, es radicalmente diferente de los realizados por María Teresa León y Rafael Alberti. Es un viaje más que discreto, anónimo, en el que Ros es un turista más, sin disfrutar de ninguna atención especial por parte de las autoridades, quienes, como es natural, ignoraron la presencia del joven escritor y periodista. De este carácter, digamos, convencional también parece contagiarse el relato de Félix Ros, pues Un meridional en Rusia es un libro de viajes sin más pretensiones, por no decir anodino, debido a que, salvo las contadas impresiones de su autor acerca de la URSS, que tienen el valor de proceder de un escritor y poeta hoy día casi olvidado, nada hay de interés ni de relevancia histórica que destaque en el texto.

A pesar de las diferencias que existen entre un turista de a pie y un viaje oficial, no deja de haber coincidencias entre los Alberti y Félix Ros, tanto en los destinos como en la actividad desarrollada. Para empezar, la entrada en la URSS la realiza el escritor barcelonés por la frontera de Niegoreloje, que describe de manera semejante a la que hizo el poeta andaluz: al dejar Stolpce «el tren aúlla. Viene hacia nosotros, sencillo, el arco de entrada en la Unión: CCCP, letras de fuego lo coronan. Los sympathisants cantan La Internacional mientras el tren pasa lentamente». Al momento, llega la estación, «nueva, amplia, blanca». Como curiosidad, hay que señalar que junto a Ros viajaba el dibujante Andrés Martínez de León, enviado por La Voz para cubrir los actos del aniversario de la Revolución de Octubre en Moscú, cuya experiencia relató en una obra titulada Oselito en Rusia, que tampoco suele ser recogida por los trabajos dedicados a los viajeros españoles por la URSS. Pero también en el tren que había partido de Berlín junto a Félix Ros y Martínez de León viajaba otro escritor, en este caso, soviético y de reconocimiento internacional, Iliá Ehrenburg, a quien Ros, como buen periodista, se dirige en Niegoreloje para intentar entrevistar. Aunque no lo consigue, tiene ocasión de comprobar con asombro cómo en la frontera no recibe ninguna consideración especial, teniendo que realizar los mismos trámites aduaneros que cualquier viajero, algo que no deja de sorprender.

Durante el trayecto, Ros señala la libertad que tuvo para pasear por las estaciones durante las paradas y para realizar fotografías con la Voigtländer que llevaba, al tiempo que alude a la pobreza de los lugares que atravesaban y de la gente que veía. Al contrario que Rafael Alberti y María Teresa León, al llegar a Minsk, el cruce de caminos en el centro de Rusia en que se divide el itinerario del Nord-Express, Ros se desvía a Leningrado. Allí, en la ciudad de los tres nombres, la antigua San Petersburgo, luego Petrogrado y ahora dedicada a Lenin al ser la cuna de la Revolución de Octubre, Intourist los aloja en el hotel Europa. Se trata de un local de lujo zarista, es decir, tradicional y occidental, lo cual revela la voluntad de dar la sensación de continuidad en la vida cotidiana con el régimen anterior, al que acuden personajes de lo que se considera las clases sociales más elevadas de la ciudad.

A Félix Ros le interesa la ciudad báltica por su monumentalidad, por su carácter imperial, es decir, la urbe histórica anterior a la revolución, de arquitectura ecléctica, más señorial y silenciosa que Moscú, una ciudad esta que encuentra «más comprometida y partidaria» con el nuevo régimen. Así, en Leningrado el peso de la tradición es grande, apenas hay muestras de arquitectura moderna, funcional y racionalista, que sólo se encuentran junto a las fábricas, en los barrios extremos. No se olvida Ros de los escritores españoles en este viaje, pues en su visita al palacio de Tsárkoye Seló, al ver las recargadas cámaras imperiales con bibelots y objetos kitsch que tenían los zares, evoca el despacho de Ramón Gómez de la Serna, por entonces ya instalado en su último emplazamiento madrileño del torreón de la calle Velázquez, en esquina con la de Villanueva.

También Félix Ros, que viaja en los grupos de Intourist, en los que había tanto españoles como franceses, recorre los lugares adecuados para que los visitantes pudieran apreciar los avances del sistema comunista. Como antes hicieron los Alberti, Ros y su grupo de compañeros de tour realizaron la inevitable visita guiada a la fábrica preparada para recibir a los extranjeros. En este caso, el escritor catalán acude en visita organizada a una fábrica de material eléctrico situada a las afueras de Leningrado dispuesta para la ocasión y en la que hay incluso una orquesta para amenizar el trabajo. Durante la visita, Ros muestra una distancia irónica hacia la realidad que le ofrecen los guías y la propaganda, al tiempo que alude al trabajo de las mujeres y al incremento de la productividad, así como al minero del Donbáss y héroe de la URSS Alekséi Stajánov, y, de paso, a un artículo de Eugenio Imaz publicado en el número 34 de Cruz y Raya, en la que colabora, titulado «Se descubre un nuevo ismo», por aquello del estajanovismo. No se le escapa a Ros el carácter propagandístico y, en consecuencia, organizado de la visita, preparada por Intourist en todos sus extremos. Se les ofrece una comida especial con una orquesta que ameniza el almuerzo mientras la guía no deja de describir las excelencias de la vida de los obreros y lo elevado de la producción. Luego, para finalizar, se los lleva a ver la guardería en la que las trabajadoras pueden dejar a sus hijos. Las alusiones a la vida soviética en Leningrado las completa con las referencias a los almacenes, los Tórgsin, y a un curioso desfile de soldados, sin duda, un ensayo para los actos del aniversario de la revolución, al son de una música que califica de «obsesionante» que le recuerda a la Ópera de los tres peniques y que bien podría ser la Jazz Suite n.º 1, de Dimitri Shostakóvich, compositor nacido precisamente en San Petersburgo.

La llegada a Moscú desde Leningrado da lugar a uno de los episodios mejores y más literarios de Un meridional en Rusia al describir, con un tono muy de la época, los suburbios de chimeneas —donde ve grandes cilindros de cemento y construcciones metálicas— que va atravesando al llegar a la capital. Una vez en Moscú y tras dejar la plaza Komsomólskaya donde se encuentran las estaciones Octubre, Séverny y Kázan, se topa en la calle Miasnitskaya con el Palacio de la Industria Ligera que había levantado Le Corbusier en el lejano 1928 y que describe como una «mole de cemento, acero y cristal». Como todos los viajeros de Intourist, Félix Ros se aloja en el hotel Novo Moskóskaia, donde poco antes habían estado los Alberti. El escritor barcelonés se refiere al edificio de seis pisos en el que «hay una animación extraordinaria», concluyendo que el conjunto «no desentona lo más mínimo con cualquier hotel de primera clase completamente lleno». La habitación que le corresponde es la 342, que describe detalladamente y cuyo interior, como el propio hotel y mobiliario, considera «moderno y optimista». Al llegar a Moscú con ocasión de los actos del aniversario de la Revolución de Octubre, Félix Ros coincide en el Novo Moskóskaia con numerosos visitantes extranjeros, especialmente periodistas, de todas las nacionalidades y razas que le dan al hotel una animación extraordinaria y un tono cosmopolita muy intenso.

En comparación con la señorial Leningrado, Moscú le parece a Ros más comprometida y partidaria de la revolución, y señala que hay en ellas pancartas y orgullo de capital. Describe la ciudad con «animación ordenada, presunción barata en la gente, carencia casi total de automóviles, edificios muy altos y épatants […], carencia de anuncios, mayor uniformidad que en otras partes al no existir empresas privadas». Sin embargo, nada le impide afirmar rotundamente que «la impresión que nos produce Moscú es formidable», una declaración que no tiene nada que ver con el entusiasmo más ideológico de Rafael Alberti, pues Ros no se refiere a la nueva sociedad, sino a la monumentalidad a que ha dado lugar la revolución y, sobre todo, al carácter histórico de la capital de Rusia. En suma, Moscú le resulta una ciudad populosa, animada, con numerosos comercios y bien iluminada, lo que supone subrayar su carácter de urbe moderna.

Total
2
Shares