Este testimonio da cuenta, por un lado, de la dificultad para tratar con el genio y, por otro, del esfuerzo que hicieron algunos por conservar una relación de amistad por encima de los obstáculos. De hecho, la admiración de Baquero por Lezama lo llevó a tratarlo con una deferencia y una lealtad fuera de duda, pues el de Banes escribió el primer artículo sobre la poesía lezamiana en 1942 y, tres años más tarde, cuando ya era un gestor influyente, le consiguió un puesto en la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación (Prats, 2006, p. 94). Asimismo, por aquellas fechas, nunca dejó de colaborar, hasta que se retiró del ámbito de la creación literaria, con las iniciativas de Lezama, como las revistas Verbum, Espuela de Plata e, incluso, en los comienzos de Orígenes, aunque sus esfuerzos se encauzaron en una revista propia, Clavileño, que acogió a la mayoría de aquellos que luego se integrarían de modo pleno en Orígenes, y que siguió la línea principal de la poesía propuesta por Verbum y continuada por Espuela de Plata (Barquet, 2015, p. 30). En realidad, la iniciativa de Clavileño se generó en la reunión de un grupo de amigos que partió de las visitas de Cintio y Eliseo a las hermanas Fina y Bella, y que se convirtieron en una tertulia literaria a la que empezaron a asistir también Gastón, Virgilio Piñera, Octavio Smith, Emilio Ballagas, Justo Rodríguez Santos, etcétera. Jesús Barquet explica con detalle lo que acaeció con el cruce de revistas entre el último número de Verbum y el primero de Orígenes. Si Clavileño fue la más inclusiva y Nadie Parecía la más excluyente, ocurrió porque Gastón y sus amigos tuvieron, para la primera, unas miras más amplias y basaron su proyecto en la amistad, mientras que Lezama, en la segunda, «exigía fidelidades extremas» (Barquet, 2015, p. 30), algo que creó un conflicto no sólo entre Baquero y Lezama, sino entre este último y todo el grupo de Clavileño. El de Banes, en lugar de alejarse del maestro y concentrar sus esfuerzos afectivos y literarios en el grupo creado de forma natural, afianzado en la amistad y en las vinculaciones estéticas, continuó siendo fiel a esa relación que era, en ocasiones, molesta desde el punto de vista del trato cotidiano. Ni siquiera derivó en corte radical cuando Lezama le recriminó de un modo desagradable la decisión de dejar la poesía y adentrarse por completo en el mundo del periodismo. Tiempo después, recordaba esa circunstancia:

Comprendo el horror con que vieron algunos amigos de la juventud mi entrada en firme en un periódico […]. Se enojaron bastante, y me tuvieron por frívolo y sediento de riqueza […]. A los que me decían, con severidad o con ternura, que hacía muy mal en «dejar las letras», les respondía […]: «Necesito un trabajo bien retribuido, por motivos familiares […]». Sé que el deber verdadero de un aspirante a poeta es exponerse a no comer, y a que su familia no coma […], sé también que José Martí dijo: «Ganado el pan, hágase el verso». ¿Que quizá por eso Martí no fue un Homero, un Dante, etcétera? Pero fue el que quiso ser, el que prefirió ser. A esa preferencia o acomodación es a lo que llamamos «destino». No me quejo, no doy explicaciones (Lázaro, 1987, pp. 16 y 17).

 

Como puede apreciarse, Lezama no fue el único que no vio con buenos ojos esa decisión, aunque sí constituyó la suya una de las críticas más acerbas, que llegaron, según Alberto Díaz, a insultos insoportables, por lo que los dos peculiares amigos estuvieron mucho tiempo sin dirigirse la palabra: «Él no entendió nunca —explicaba Gastón a Díaz— que yo necesitaba sustentar a mi familia, rescatar de la miseria a mi madre que me había criado con tantos sacrificios. Quería que yo me lanzase sin más a la idea suicida de ser poeta y nada más» (Díaz, 2008, p. 37). Esa agria polémica no impidió, por ejemplo, que, cuando Baquero estaba ya muy consolidado en su puesto de jefe de redacción del Diario de la Marina, como han consignado sus biógrafos, invitara a Lezama a colaborar en esa publicación de prestigio con varios artículos, entre 1949 y 1950, y que, además, según ha documentado Prats, pagase de su propio bolsillo las colaboraciones de Lezama sin que éste lo supiera (Prats, 2006, p. 94). Ya en los noventa, Baquero escribió un artículo recordando aquellos años, «Palabreo para dejar abierto este libro», y ni siquiera entonces dejó de ser generoso con el maestro, porque —sin hacer siquiera referencia al matiz económico— se echó la culpa a sí mismo por no haber sido capaz de mantener más tiempo las colaboraciones de Lezama, ya que ellas significaban una faceta más del «talento portentoso» del artista. Además, lo excusaba por su absoluta ineptitud para adaptarse a públicos generales. Anota que le pidió que tratara de adecuar la altura intelectual y erudita de cualquiera de sus discursos al estilo periodístico, para que pudieran leer su material teórico los lectores asiduos a la prensa efímera, y aclara que no fue defecto de Lezama, sino imposibilidad casi física:

Mi petición a Lezama para que procurase una comunicación sencilla y clara con los suscriptores del Diariocayó en el vacío; porque no era que él tuviera la terquedad de los vascos, ni el orgullo narcisista de «su estilo personal». Era que él no podía, ni aun queriéndolo,dejar de ser quien era, ni por diez minutos ni por una hora. Por no ceder, perdió cien oportunidades y se cerró muchas puertas. A él había —hay— que tomarle como era: oscuro, enigmático, laberíntico a veces, imaginativo sin freno, hipererudito, memorioso y memorión, minucioso como orfebre chino y observador como relojero (Baquero, 2015, p. 190).

 

Todo tiene su cara y su cruz. Por un lado, un artista de ese cariz, dedicado absolutamente en cuerpo y alma a un ideal literario superlativo, «no es tolerado por mucho tiempo en ningún sitio» (Baquero, 2015, p. 190), pero, por otro, la calidad evidente de esas colaboraciones significa que la publicación que Prats ha hecho, como libro, de todo ese material pueda «considerarse tan importante como la que en su momento se hiciera de las columnas firmadas por Constante (Martí) en La Opinión de Caracas. Prats Sariol ha hecho para Lezama lo que Pedro Grases hizo para Martí. Ambos investigadores dieron a las letras de América un presente invalorable» (Baquero, 2015, p. 191). Una vez más, Baquero es generoso con todos: resalta la valía de Lezama por encima de sus problemas de carácter y da más crédito a la recopilación de Prats que al hecho, más revelador, de que Gastón mismo tuviera la iniciativa para animar a Lezama a hacer lo que hizo Martí cincuenta años antes, comprometiendo, además, sus propios recursos económicos. La diferencia de talante entre el de Banes y el maestro de Trocadero se manifiesta también en el modo de escribir públicamente el uno sobre el otro. Gastón incorpora siempre datos personales, de la relación, y resalta lo positivo por encima de lo negativo. Sin embargo, cuando Lezama comenta la obra de Baquero, incluso cuando se trata de cartas directas privadas, hay muy poco espacio para lo personal, lo íntimo, lo afectivo, lo estimulante (excepto en el detalle aludido al comienzo de este artículo). Por ejemplo, en aquella conocida epístola de comienzos de los cuarenta en la que aduce como elemento de unidad generacional el catolicismo, e invita a Baquero a colaborar en Nadie Parecía, no hay apenas detalle que no sea estrictamente literario, y los comentarios son mas propios del médico que explica con frialdad el estado de un cuerpo y sus reacciones que del familiar que siente cercanía por lo que la enfermedad produce en la persona que la padece. Constata realidades, que pueden ser maravillosas, pero obvia al creador y su mérito. De forma indirecta, cuando se introduce una obra de alguien en un marco de excelencia cultural, en una tradición a la que responde y con la que dialoga a cierto nivel, se la está elogiando, si bien sólo de un modo oblicuo. En esta carta hay nada más un par de detalles que matizan esta «exagerada actitud profesional». En el primero de ellos, Lezama acusa recibo de una publicación reciente de Baquero y la describe como «hermoso cuaderno», y, en el segundo, líneas más adelante, al despedirse, termina la carta así: «Como he recibido tu poesía, deseo sientas mi amistad» (Baquero, 2001, pp. 317 y 318).

Es de suponer que a Baquero no le afectaba demasiado ese ademán porque, cuando él generaba textos en los que debía resaltar la importancia del grupo o de las personas, era pródigo con todos, excepto consigo mismo. Dos artículos de los años cuarenta corroboran la presencia de esa suerte de humildad. En 1944 publica «Tendencias de nuestra literatura» (Baquero, 2015, pp. 85-107), sobre lo que había dado, desde el punto de vista literario, el año anterior. Por lo que se refiere a la poesía, da cuenta, en detalle, de la excelencia de las revistas Nadie Parecía, Poeta y Clavileño. Esta última la codirigió y cofundó y, en las otras dos, estuvo de alguna manera involucrado, por la cercanía con sus promotores. Sin embargo, a pesar de que cita, y de un modo muy positivo, a cada uno de los protagonistas de las tres publicaciones, no se incluye a sí mismo ni siquiera cuando habla de Clavileño. Temáticamente, insiste en el sustrato religioso que hay en algunas de ellas —también en Fray Junípero, de Emilio Ballagas—, pero de nuevo evita nombrarse, algo que habría sido lógico, por la importancia que tenía para él ese aspecto, tanto en lo literario como en lo personal. Y, en cuanto a los libros de ese año, destaca uno de Virgilio Piñera, La isla en peso; otro de Cintio Vitier, Sedienta cita, y el de Emilio Ballagas, Nuestra Señora del Mar. Sin forzar demasiado las fechas, y dada la importancia de su propia obra, podría haber insertado en esos sobresalientes ejemplos de poemarios, que responden a una estética nueva y dominante en la isla en esos años, sus propios libros Poemas y Saúl sobre su espada, que vieron la luz pocos meses antes, y que completaban el panorama. Ni una sola referencia a sus escritos, ni siquiera a los poemas que publicó en alguna de las revistas, toda vez que elogiaba sin pudor los de Cintio, Lezama, Ballagas, etcétera.