El otro artículo data de 1948 y es una reseña de Diez poetas cubanos (Baquero, 2015, pp. 112-114), la antología de Cintio Vitier con el núcleo central de Orígenes. Ensalza las virtudes del libro, celebra el alto nivel de la poesía cubana de esos años, denomina a Lezama «espíritu rector, verdadero héroe por la tensión, por la incorruptibilidad de sus pronunciamientos y trabajos» (Baquero, 2015, pp. 113 y 114), y afirma que ese grupo es «la más acabada expresión de un movimiento poético, de una existencia poética, que es singularmente valiosa», y añade que gracias a ese colectivo «Cuba tiene un nombre poético, comparable sólo a su nombre pictórico», porque «mantiene a nuestro país en el mundo de las letras cultas más exigentes» (Baquero, 2015, p. 114). En el último párrafo cita a los diez poetas, uno por uno, aunque ahí, en realidad, hay nueve, porque falta el nombre de Gastón Baquero, que está incluido en la antología, si bien es, de forma voluntaria, escamoteado de la lista. Podría pensarse que no se cita porque nunca se consideró miembro de Orígenes, pero no es así: no se autoincluye por la misma razón por la que no lo hace en otros textos, ya que su presencia en la antología fue un hecho y era constatable, como lo era, asimismo, que había contribuido, con su obra poética y su actividad en revistas y periódicos, a dignificar y elevar el nivel del mundo literario y cultural de Cuba. Él lo sabía, sin embargo, era mucho más poderosa su talla humana que su vanidad, algo que no se puede decir de una gran cantidad de escritores y artistas en general (no sólo de Lezama).
Su espíritu positivo estaba por encima de los zarpazos críticos, que también los había. Y su tesis optimista descansaba en que, cuando se mira «el revés de las cosas», lo que está dentro, siempre se encuentran riquezas escondidas en el interior de las personas, los colectivos, los países. En un artículo titulado precisamente así, «El revés de las cosas», acerca de la revista Orígenes, que se encuentra ya en su número 25, en 1950, pone en un lado de la balanza todo lo negativo que se puede decir de la evolución política y social de la isla, la imagen horrible que en el extranjero se hacen de lo que acontece en Cuba, y, en el otro, se afana en elogiar sin tapujos la labor de Orígenes, como uno más de los aspectos de «realidad interior», de calidad escondida en el revés, de innumerables elementos positivos que tienen la vida y la sociedad cubanas. Menciona a los poetas y pintores del país (esta vez sí se incluye en el colectivo, pero señalando valores que excluyen la vanidad) de la siguiente manera: «Trabajamos humildemente por presentarlo en sus grandes esfuerzos hacia la civilización» (Baquero, 2011, p. 272).
Este empaque generoso y positivo ante los que lo rodeaban se manifestó de un modo cada vez más nítido conforme su situación iba mejorando y su poder se iba acrecentando en los años cuarenta y cincuenta. Además de Lezama, consiguió contratos de colaboración con el Diario de la Marina para intelectuales consolidados, pero también para las nuevas generaciones de escritores. En esa amplia nómina figuran, entre otros, Ramiro Guerra, Jorge Mañach, Medardo Vitier, Emilio Ballagas, Graziella Pogolotti, Antón Arrufat o Roberto Fernández Retamar (Serrano, 2015, p. xviii). Asimismo, tuvo contacto y trató de ayudar en lo posible a los exiliados españoles en Cuba, aquellos que comenzaron a llegar, a veces de paso, otras para instalarse, a la Perla del Caribe desde 1936 y, sobre todo, en los años cuarenta. En su célebre texto «Recuerdos sobre exiliados españoles en La Habana», reconoce, por un lado, la excelencia intelectual de todos ellos y, por otro, lamenta la situación a veces deplorable de muchos de los españoles, que no fueron bien acogidos por los sucesivos Gobiernos cubanos, al revés de lo que ocurrió con la mayoría de los que se instalaron en México. Por ello, se siente solidario con los exiliados, los más conocidos y los menos brillantes, y les dedica un sincero homenaje. Cuenta su relación personal con ellos e incluso los esfuerzos que hizo por ayudar, cuando estuvo en condiciones, a algunos de los más íntimos. Ése fue el caso, por ejemplo, de María Zambrano, a quien invitó a publicar colaboraciones en el Diario de la Marina, pues conocía con cierto detalle su situación personal, que no era demasiado halagüeña. Ella, sin embargo, habiendo agradecido infinitamente la iniciativa, no aceptó la oferta, por motivos ideológicos, ya que el Diario, muy conservador, distaba mucho de coincidir con los planteamientos políticos y vitales de Zambrano. Ese gesto fue considerado por Baquero como de «grandeza moral» y de «sentido heroico de la dignidad y la coherencia ética» (Baquero, 1989, p. 220).
También celebra Gastón los viajes efímeros de los españoles a La Habana cuando él tenía cierto —o mucho— protagonismo cultural en el país. En noviembre de 1951, destaca la llegada de Cernuda y señala el triste espectáculo de quienes mezclan poesía y política y, por ejemplo, niegan a Aleixandre porque está en España —los antifranquistas— u olvidan la grandeza de Juan Ramón Jiménez porque está en el exilio —los franquistas—. En cuanto al sevillano residente en México, enfatiza sus dotes y cualidades para la poesía, por encima de sus convicciones ideológicas personales (Baquero, 2015, pp. 311 y 312). En ocasiones, estos detalles, a los que el poeta de Banes no estaba obligado, tuvieron consecuencias muy positivas cuando el esplendor de los cuarenta y cincuenta se convirtió en la derrota del exilio desde la primavera de 1959. En su artículo «El cálido corazón de Gerardo Diego», de 1996, cuenta que tuvo con el poeta español una «amistad serena, sin estrépitos, sin golpecitos en la espalda y sin abrazos homicidas» (Baquero, 2015, p. 419), pero absolutamente sincera y comprometida, en el tiempo en que Baquero conocía y trataba, por su importancia en la política cultural de la isla, con personalidades de distinta procedencia. Y valora con vehemencia la calidez de un corazón que parecía frío y distante a los ojos de la opinión pública, consignando el hecho de que, durante la primera Navidad que Gastón residiera en España, Gerardo Diego lo invitara a su casa para que no la pasase solo y se sintiera en familia, cuando muchos españoles ni lo saludaban por aquellos primeros meses, para no verse enredados en un supuesto apoyo a los —irónicamente— «cubanos malos, enemigos de la renovación salvadora de Cuba y del mundo» (Baquero, 2015, p. 419).
Gastón no aceptó esa invitación, aunque la agradeció con mayor calidez. ¿Sería, de nuevo, por no involucrarse en algo que le recordaba el pasado? ¿Por no comprometer al amigo? ¿Por rebelarse a ser tratado con lástima o, al menos, con una solidaridad compasiva? Cualquiera de los motivos podría acercarse a los sentimientos más íntimos del poeta. Lo cierto es que su vida de influencia y éxito se había terminado. Hay que recordar que los cuarenta y los cincuenta fueron los años en los que él era en realidad el director ejecutivo del Diario, aunque su cargo fuese el de jefe de redacción e, incluso, como algunos han sugerido, durante los cincuenta llegase a ser una especie de subdirector de la publicación (Díaz, 2008, p. 85). También colaboró por aquellas décadas y publicó con asiduidad en otros rotativos cubanos y del extranjero, y fue propuesto por Batista en marzo de 1952, recién consumado el golpe de Estado, para la cartera del Ministerio de la Información que pretendía crear el nuevo jefe de la nación. Tras la negativa de Baquero, como sabemos, fue, asimismo, alentado para que formase parte del Consejo Consultivo de Cuba, con otras setenta y nueve personalidades sobresalientes del país. A esta propuesta contestó positivamente, porque era un espacio en el que podía ayudar de un modo muy objetivo y con un carácter colectivo, sin los protagonismos —ni las servidumbres políticas— de un cargo unipersonal. Se trataba de expresar la opinión consensuada sobre proyectos de gran envergadura para el desarrollo del país, en diversos tipos de iniciativas, en relación con la labor de cualquier ministerio o institución de gobierno de Cuba. En muy pocos días se llevó ante el consejo una proposición excelente: utilizar los millones de pesos que llegaban al Fondo de Desocupados para comprar grandes extensiones de terreno en cinco provincias de la isla con el fin de construir generosos centros educacionales, a lo que siguió, poco tiempo después, la entrega de los presupuestos generales del Estado para el curso siguiente, para su discusión y aprobación en el consejo (Díaz, 2008, pp. 77 y 78).
¿Hizo bien Baquero en aceptar esa colaboración tan estrecha con un Gobierno que, a pesar de que desde el comienzo había prometido prontas elecciones, en un plazo de año y medio, no cumplió con las expectativas de recuperar el sistema democrático y se convirtió en una férrea dictadura? Para el poeta había una encrucijada: si decidía mantenerse al margen de la política cultural del país, en la que tenía un protagonismo de primer orden desde la década anterior, todo su esfuerzo de muchos años, con el sacrificio de la creación literaria, se vendría abajo, y peligraría el futuro económico de toda su familia, pero sería libre, en el sentido de que no se lo podría acusar de colaboracionista con la dictadura, a la que, por otro lado, siempre criticó en la medida de sus posibilidades. La otra dirección viable sería continuar en esa línea de presencia en los círculos culturales del país, lo que le permitiría influir de manera positiva para que ese Gobierno continuara realizando obras muy convenientes para construir una nación culta, plural y preocupada seriamente por el bienestar social de sus miembros.