Se trata de una confesión estética e incluso más íntima que sus escritos novelescos de inspiración autobiográfica como: Lampedusa, 1981, inspirada en una estancia en Sicilia durante 1978;[10] El asalto del cielo, 1986, que se centra en un viaje a Guatemala en 1981; Desciende, río invisible, 1989, inspirado en un paisaje de Cabo de Gata al que Rafael había viajado muchas veces; Transeuropa, 1998, que escribe después de su primer viaje a Rusia, etcétera.

Hay un tercer momento vital que, desde mi parecer, representa un punto de inflexión en la obra de Rafael Argullol: su primera enfermedad grave y posterior operación de espalda, en 1996. Davalú o el dolor (2001) es una elaboración literaria de las grabaciones de audio (ya que no podía escribir, por la mano inhabilitada) que el escritor realizó la noche de la víspera de la intervención quirúrgica, el 6 de diciembre de 1996. El libro se centra en la experiencia de un ataque del dolor de espalda, que supuso el regreso precipitado desde un viaje a Cuba en una camilla instalada en la parte trasera de avión, y una operación inmediata con el temor de sus posibles consecuencias irreversibles además del largo periodo de progresivo regreso a la vida normal.

Justo en este período trabé amistad con Rafael y supe, de primera mano, cómo fue el proceso de convertir la experiencia de la enfermedad en un texto literario. Aunque le conocí en el año académico 1992-1993, cuando asistí al primero de sus cursos que hice aún en la Universidad de Barcelona, no fue hasta que me trasladé a hacer el doctorado en Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra (1995-1996) que empecé cierta relación personal con él, en el sentido de tomar algún café de vez en cuando para hablar de mi futura tesis, de la guerra de Yugoslavia, mi país natal, y más bien poco de él y su vida. Justo en mi primer año de la beca de formación del personal investigador de la Generalitat que obtuve avalada por Rafael Argullol a partir de enero de 1996, él tuvo este problema con la espalda y, al volver de un largo período de convalecencia, se mostró por primera vez abierto para hablar de sus problemas personales. A parte de operarse, se enfrentó a la fragilidad del propio cuerpo. Me acuerdo que además decía que es entonces cuando se dio cuenta que no existen muchos testimonios literarios o filosóficos acerca de la experiencia del dolor, y ni siquiera de la enfermedad.

Para él, escribir Davalú y relatar la experiencia del dolor —Davalú es un monstruo intruso que se instala en su cuerpo y a quien se intenta abatir con el bisturí del cirujano— significaba una catarsis, para poder pasar página y continuar con la normalidad de la vida.[11] Por suerte, la operación le fue bien pero siempre ha dicho que lo que le pasó entonces fue la primera señal que la edad le está pasando la factura. Tenía sólo cuarenta y siete años.

Tengo la sensación de estar en un pozo sin fondo, del que no veo el final: un pozo que me permite ver aspectos terribles, oscuros, difíciles de distinguir en la propia vida. Hay, es evidente, una lucidez deslumbrante, siniestra, sórdida en el dolor. Nos damos cuenta de cosas que no percibimos habitualmente. Y, sobre todo, el dolor tiene, en medio de los vicios, la virtud increíble de hacer sentir, con una agudez extraordinaria, el cuerpo.[12]

 

Rafael tuvo una relación aún más conflictiva con el propio cuerpo en enero de 2000, cuando un leve infarto de miocardio se le declaró de manera totalmente inesperada. En ese momento nuestra relación de amistad era profunda, y se profundizó aún más justo en el período de esta segunda larga convalecencia.

Aunque estos episodios de enfermedades que irrumpieron tan drásticamente en su vida fueron recogidos literariamente en su obra, Rafael siempre ha transmitido que considera que cualquier experiencia vital fuerte necesita tiempo para poder ser elaborada por la literatura. Este principio creativo defendía en su poética, pero también a un nivel universal. Concebir la escritura —y en general cualquier buen trabajo intelectual— como un ejercicio que une la experiencia con el experimento es algo que le he escuchado repetir de modo literal muchas veces.

 

DEL PREMIO NADAL, A CUADERNOS DE TRAVESÍA Y VISIÓN DESDE EL FONDO DEL MAR

El Premio Nadal para La razón del mal (1993) coincidió con el momento en el que conocí al escritor, para mí, entonces, profesor de una asignatura titulada Arte y Tragedia ofrecida como optativa en un curso de doctorado en la facultad de Filología de la Universidad de Barcelona.

Así me di cuenta, que este profesor enormemente inspirador y sabio, es además un escritor y pensador conocido en España, un país al que yo había llegado algo más de un año antes. En enero de 1993, cuando se falló el Premio Nadal, su cara sonreía en las páginas diversas de todos los diarios españoles.

En el mismo período había salido otro libro que Argullol escribió a cuatro manos, en forma de diálogo con Eugenio Trías: El cansancio de Occidente (Destino, 1993). Aquí los dos filósofos y amigos ofrecen un análisis crítico de la sociedad europea occidental de aquellos años. Y aunque tanto La razón del mal como El cansancio de Occidente expresan, de modo novelesco o filosófico, una radiografía de la sociedad cuyo contexto inquietaba a la vez que inspiraba al escritor, no consideraría estos libros como directamente autobiográficos. «Creo que el auténtico protagonista del libro es el espíritu de la ciudad, una ciudad innominada que podría ser Barcelona y a la que defino en algún momento en términos fisiológicos, hablando de sus calles como arterias» expresó Argullol al recibir el premio por La razón del mal.[13]

Considero que la obra que empieza a escribir, o más bien publicar a partir de entonces, empezando por El cazador de instantes. Cuaderno de travesía 1990-1995, adquiere una dimensión más autobiográfica que sus textos anteriores. Justamente este libro de «aforismos» —una calificación con la que Argullol nunca se ha identificado de todo—, que sigue con El puente de fuego. Cuaderno de travesía, 1996-2002, representa una continuidad literaria que no cesará hasta el momento actual. Es donde se situarían sobre todo los libros que el autor califica de «escritura transversal».[14]

Por un lado, están los textos fechados concretamente de un modo u otro; por otro, los ensayos donde Argullol se concentra en uno o más temas relevantes para su formación vital e intelectual, para construir una narración alrededor. Aparte de dos cuadernos de travesía citados, que abordan doce años de vida del escritor, aquí se incluirían: Enciclopedia del crepúsculo (Acantilado, 2005), una selección de ensayos elaborada para representar su autobiografía intelectual,[15] Breviario de la aurora (Acantilado, 2006), definiciones lapidarias acerca de ideas y sentimientos, y finalmente Visión desde el fondo del mar (Acantilado, 2010), el libro que culmina su escritura transversal de índole autobiográfico.

Antes de sumergirse en el universo de este libro de libros que es Visión, desearía señalar cómo el escritor va aproximándose a su gran texto, como también hacer alguna observación acerca de lo que precede y lo que sucede este experimento literario, ya que presencié en directo a lo largo del tiempo el esfuerzo mental y físico que supuso, aparte de la madurez literaria y vital que aquí alcanza, según sus propias palabras. Y como no, del talento que justo este texto revela como el talento de un genio literario.

Si Rafael tuviera que escoger otra voz que la suya interior que anunció el comienzo de esta travesía, no sería del profetismo divino («Dios-espectador ausente»), sino el de «la sirena de un barco en medio de la noche»; «la voz grave que viene del mar»: «Siento que recibo un aviso sobre mi vida. Vas bien, vas mal, adelante, rectifica. Intento seguir el consejo porque la sirena de un barco en medio de la noche siempre tiene razón».[16]

Rafael nunca ha escrito lo que llamaríamos un diario personal. Cuando viaja escribe anotaciones en pequeños cuadernos (algo que en realidad siempre lleva en su bolsillo), que más tarde le sirven para refrescar la memoria a la hora de escribir libros.

«He llenado cuadernos de todo tipo con notas fragmentarias y crípticas para los demás y a menudo para mí mismo […]. La pereza y aun en mayor medida la convicción de que un viajero debe de retener con la mirada y la memoria más que con el papel me han mantenido alejado de la tentación de escribir un diario regular».[17]

Por otro lado, la profundidad literaria de sus ensayos, poemas, libros diversos e incluso novelas no suponen ningún hermetismo, del que Rafael siempre se ha confesado muy reacio;[18] su escritura es sincera. Además, creo que en su literatura se encuentran relatos claros e íntimos que Rafael no contaría en privado, o al menos no del modo que lo moldea su capacidad literaria. Tal como explica Zorica Becanovic en su artículo sobre Visión desde el fondo del mar: «Es como si el autor se desafiara a sí mismo para comunicar lo inefable: sabiendo que es casi imposible resumir la experiencia de una vida, todavía quiere darle forma por medios literarios. Lo hace combinando los elementos de varios géneros literarios. Predomina el diario de viaje, porque es un hombre que ha viajado mucho, muchas de sus experiencias, obviamente, están relacionadas con los viajes, encuentros, conocimientos adquiridos en países extranjeros».[19]