Asistí al experimento literario de esta obra magna del escritor. Al periodo de la preparación para escribirlo, a los siete años que supuso la creación literaria de este texto (2003-2010), y a la relación posterior que Rafael desarrolló con el libro, una vez escrito, editado y recibido por la crítica y los lectores.

Sin duda, Visión es el libro considerado como la culminación de toda su obra, en primer lugar por el escritor mismo. «Finalmente he sentido que he alcanzado la máxima soltura al escribir», le escuché decir más de una vez, hablando de cómo sentía la propia escritura, al redactar a mano a lo largo de casi siete años los dos mil folios que comprende el manuscrito original.[33] Creo que, en realidad, quería comunicar que finalmente sentía un dominio absoluto sobre el lenguaje y las palabras, como también el equilibrio óptimo que las palabras escritas expresan respecto al contenido y la forma de estas páginas.

En su voluntad de lo que podríamos denominar «la escritura total», lo autobiográfico y lo memorístico representan la base de todo. A la vez, es su libro más difícil de clasificar en el tema del género literario; su transversalidad indiscutible corresponde a lo que actualmente se denomina autoficción literaria: «La palabra ficción proviene del verbo latino fingo (inf. fingere), crear una forma; así, la ficción, como resultado de esta creación, en la creatividad literaria e incluso en los escritos autobiográficos, no puede separarse de la actividad imaginativa del autor. Así como las novelas y los dramas históricos son variaciones imaginativas basadas en hechos reales tomados de textos historiográficos, la escritura autobiográfica es, en la mayoría de los casos, una variación imaginativa, una autoficción, y cuanto más se experimenta con la forma, tanto más son importantes los elementos ficticios.[34]

La idea del libro nació el día de la muerte de su padre, el 25 de marzo de 1999. Las manos que Rafael reconoce en el cuerpo sin vida de su padre, ya que son iguales que sus propias manos, le piden continuidad; así se le presenta el concepto de una obra nueva, diferente.

Pero fue en el transcurso del viaje que compartimos, en agosto de 2004, en el tren transiberiano desde Pekín a Moscú, que esta idea se articuló de manera más clara, aunque el plan inicial cambió múltiples veces. Sin embargo, una cosa no cambiaba nunca respecto a este proyecto: su voluntad, conciencia y preparación para escribir algo diferente, grande, como si fuera aquello para lo que había realizado todos sus esfuerzos anteriores como escritor. Además, lo articulaba así, sobre todo cuando ya había avanzado con la escritura y se sentía satisfecho del resultado. Pero el círculo se cumplió sólo cuando una vez completado el texto, la portada del barco sumergido debajo del agua apareció en las librerías,[35] cuando fue aplaudido con euforia por la crítica y los lectores casi de modo unánime y cuando ya las primeras impresiones lo elevaban al estatus de un consuelo literario que recorre el complejo siglo xx y sus escenarios, a la vez que habla de la vida, y la celebración de esta vida nuestra, con todas sus contradicciones, que Visión asimismo ampliamente recoge. «Confrontado con su modelo bíblico, el texto de Argullol podría quedar registrado como libro sapiencial» (Eugenio Trías); «Para esta composición, ya considerada canónica por los expertos, el autor fija su ancla en una versión de Europa» (Josep Maria Cortés); «Un libro de llegadas y presencias que brindan al hombre sensitivo ocasión para modelar una serena cantidad de pensamiento y poesía. Afortunadamente el mundo es susceptible y digno de ser escrito» (Fernando Aramburu). [36]

Todo ello supuso una gran alegría para Rafael, a le vez que un alivio. Él se sentía de todo satisfecho con el resultado de su enorme esfuerzo y la creatividad literaria aquí alcanzada, pero le producía temor la incertidumbre de si esta obra, una vez lanzada al mundo, iba a ser recibida y comprendida del mismo modo. Hablábamos mucho de ello, porque eran días y semanas que Rafael sentía particular inquietud al respecto, además de cierto pesimismo. Era lógico, por el enorme volumen de trabajo, temática y vida del propio escritor que están detrás de las páginas de Visión. Por suerte, las primeras reacciones positivas no tardaron en llegar. Y muy pronto empezaron a llover buenas palabras de todo tipo de lectores, además de agradecimientos, aplausos y, en una palabra, admiración ante una obra literaria de tal calibre. Otro de los valores que enseguida fue reconocido y destacado por la crítica y los lectores es, a parte de su excelencia literaria, que el texto comparte la riqueza de la vida de un hombre excepcional que ha sabido transponer su rica experiencia a un contexto de interés universal y hacernos partícipe.

Podíamos brindar, tal como profetiza el último párrafo de la Visión:

Después de todo, algo sí he aprendido y estoy contento. Recogerás los frutos. Tendrás tu merecido. Así ha de ser. Acéptalo y basta. No hay más. Pero es mucho.

Y ahora, brindemos. (p. 1212)

 

TIEMPOS

El tiempo presente y el tiempo pasado

Acaso estén presentes en el tiempo futuro

Y tal vez al futuro lo contenga el pasado.

Si todo tiempo es un presente eterno

Todo tiempo es irredimible.

T. S. Eliot, Cuatro cuartetos

Todo el texto de Visión está escrito en presente, aunque suceda en 1954, 1968 o en 2009; el escritor retrocede y avanza en el tiempo de manera libre y no cronológica, sino circular. El círculo es suyo, y luego será nuestro. «El tiempo del cuerpo nos arrastra incesantemente hacia el futuro […]. En cambio, el tiempo del espíritu nos empuja hacia el origen», escribe.[37]

Rafael identifica fechas, acontecimientos, lugares y protagonistas, pero por supuesto en muchos casos cambia los nombres y detalles diversos, a veces incluso la cronología, siempre en el límite de las leyes de la verosimilitud aristotélica. El tiempo pasado, el tiempo presente, el tiempo futuro están interconectados en su escritura, donde los espectros de la gente próxima y estimada siguen a su lado. El padre («Interludio sobre el segundo nacimiento»), la madre («Madre e hijo», entre otros), la tía Josefina y, sobre todo, los amigos que resucitan en muchas anécdotas ponen en relación diversos registros temporales.

En este contexto, el libro entreteje una apología a la amistad; despedirse de los amigos ya ausentes, recrear recuerdos de los momentos estelares pasados conjuntamente, siempre en el tono del libro, que cuenta anécdotas para que este algo personal nos lleve a un viaje, a unas emociones, a unas reflexiones universalmente comprensibles. «¿De cuántas despedidas está construida nuestra vida?», se pregunta el escritor y responde: «El gran aprendizaje de la muerte se produce cuando empezamos a caminar por el puente que une esta ausencia con la presencia: el puente de las despedidas».[38]

Fue admirable a este respecto leer sobre amigos ausentes de los que Rafael me había hablado muchas veces y ver cómo ha sabido transponer en literatura tantas despedidas por las muertes prematuras o por destinos adversos; todos ellos vuelven a la vida en su texto e iluminan, con su fatum trágico, el sentido contradictorio de la existencia humana. Me emocionó asimismo ver cómo Rafael rememora en este libro la muerte de mi propio hermano, fallecido en 2004 de un cáncer fulminante a la edad de cuarenta y tres años: «No sé qué se siente al ver morir a un hermano joven y robusto […], a un hombre afectuoso y jovial al que amabas, a un agonizante que buscaba esperanzas de última hora, a un moribundo al que le faltaban cuarenta años para morir».[39]

Infancia, adolescencia, juventud,[40] y a partir de ahí todo lo que sigue hasta el momento de la escritura, la primera década del siglo xxi, con cierta proyección hacia el futuro —en este marco temporal narrado, el pasado es marcado por la vida en un país católico y franquista, que ejercía su papel inquisitorial—. En este contexto la escritura de Rafael casi nunca se olvida de hacer cierto ajuste de cuentas con esa realidad, que a una persona con tal voluntad de libertad como él, asfixiaba. Su escritura se abre como una de las vías de escape esenciales.

Pero no son sólo cárceles imaginarias a los que remite el escritor,[41] sino a sus estancias reales en la Modelo o en la comisaría de la calle Layetana de Barcelona, donde en total pasó casi un año por su actividad antifranquista entre sus diecisiete y diecinueve años de edad. Hay una sucesión inverosímil de hechos y tiempos, en una especie de lucha por emanciparse de las ataduras, aunque éstas formen parte del pasado. En este contexto, este libro se erige como una encarnación de que «la libertad es más poderosa que la fuerza».[42]