POR FERNANDO CASTILLO
Durante los años veinte y treinta, los viajeros del Nord-Express —el tren que una vez a la semana se dirigía de París, vía Berlín y Varsovia, bien a Moscú, bien a Leningrado— llegaban a Stolpce, la aduana polaca y última etapa antes de la Unión Soviética, con la tensión propia de un largo viaje que tenía como destino un lugar del que se ignoraba todo. Tras los trámites de salida de Polonia se iniciaba un corto recorrido que los viajeros, especialmente los simpatizantes con el régimen soviético, vivían con la emoción de entrar en el paraíso del proletariado, de conocer la sociedad que se estaba construyendo tras la revolución de 1917. En pocos minutos al llegar a la estación de Niegoreloje, la primera localidad soviética, se producía el acontecimiento.

La bandera roja que ondeaba sobre el edificio blanco de la estación y su antena de radio eran lo primero que veían aquellos que llegaban al paraíso comunista formando parte de las que Ernesto Giménez Caballero, experto en frases, llamaba con sorna reaccionaria «romerías a Rusia». Un personaje que también iría a Rusia en 1943, aunque a una Rusia muy diferente de la soviética, como era la controlada por la Alemania nazi. La entrada en la URSS era también la ocasión en la que los viajeros más entregados al comunismo solían darle una especial solemnidad cantando La Internacional como muestra de sus simpatías hacia el régimen de los bolcheviques. El itinerario era el seguido por otros muchos viajeros, incluso en la ficción, como el llevado a cabo por el recién nacido Tintín, quien visitó el país de los sóviets tres años antes de que en diciembre de 1932 Rafael Alberti y María Teresa León describieran con entusiasmo su llegada a Niegoreloje procedentes de Berlín tras dejar una Polonia que el poeta encontró «policiaca, fea, nevada».

Invitados por la Unión Internacional de Escritores Revolucionarios (MORP) y con el apoyo logístico de la agencia estatal Intourist, el poeta y la escritora iniciaron desde Berlín, donde residían desde hacía unos meses con una beca de la Junta de Ampliación de Estudios, un viaje que en esos días para unos fue tan iniciático como para otros decepcionante. La visita a la realidad soviética —a la sociedad que, como el título de la revista de magnífica fotografía y composición, que editaba la propaganda rusa, estaba en construcción— era una de las atracciones tanto para quien denostaba el experimento como para el que confiaba en él como vía para la creación de una nueva sociedad y de un nuevo hombre que superase las contradicciones de la vida industrial y urbana. Entre estos últimos estaba la pareja formada por Rafael Alberti y María Teresa León, dos escritores políticamente comprometidos que ya prácticamente militaban en el comunismo con ocasión de su primer viaje, al que se puede considerar casi un viaje oficial. Por el contrario, y en el otro extremo, se puede convocar a Félix Ros, el joven poeta, escritor, periodista y estudiante universitario de simpatías falangistas y colaborador de la revista Azor, impulsada por Luys Santa Marina, y en la bergaminiana Cruz y Raya, que en 1935 sucumbió a la curiosidad y a la inquietud de la época, viajando a la Unión Soviética, naturalmente, en el Nord-Express.

Todos ellos dejaron sus impresiones de la experiencia soviética en una serie de obras de importancia desigual, no obstante, fue sólo Ros el único de los tres que escribió una monografía sobre el viaje y quien más espacio dedicó a la experiencia. Se trata de Un meridional en Rusia, cuya primera edición publicada por Luis Miracle en Barcelona, con cubierta en la que campean una enorme hoz y un martillo algo toscos sobre fondo rojo y con enorme tipografía, apareció en 1936, exactamente en fecha tan inoportuna como la última semana de junio, lo que de manera evidente limitó su difusión en la España republicana tras el 18 de julio, aunque parece que tuvo bastante éxito, tanto que fue reeditado al acabar la Guerra Civil, en concreto, en 1940, por las entonces muy activas Ediciones Españolas.

En cuanto a Rafael Alberti y María Teresa León, el relato de los tres viajes que realizaron a la URSS antes de 1939 (octubre de 1932, agosto de 1934 y 1937) está recogido en sus obras y tratado con distinta consideración y extensión, así como escrito en épocas muy diferentes. Si, en lo que se refiere a León, hubo que esperar a 1970, cuando aparecieron en Buenos Aires sus memorias, publicadas por la editorial Losada, Memoria de la melancolía; en el caso de Rafael Alberti, lo principal de sus impresiones acerca de sus viajes a la Unión Soviética fue publicado a su regreso en una serie de artículos aparecidos en la revista Luz en los números de julio y agosto de 1933, luego recogidos por Robert Marrast en el Bulletin Hispanique (1969, volumen 71, número 1) con el título de «Rafael Alberti: un reportage inédit sur son voyage en URSS» y en el volumen Prosas encontradas 1924-1942, publicado por la editorial Ayuso en fecha tan tardía como 1973, aunque al poco tiempo volvieron a ver la luz gracias a la editorial Bruguera en el volumen titulado Relatos y prosas, editado en Barcelona en 1980. En ellos, a modo de notas, y con el título de «Noticiario de un poeta en la URSS», Alberti ofrece una crónica personal del viaje caracterizada por un entusiasmo que en muchas ocasiones se trasmuta en simple agitprop, como se esperaba de un simpatizante en la época de la llamada literatura del compromiso; una entrega que se puede decir que esperaban los dirigentes de la MORP.

También se pueden encontrar numerosas y reveladoras referencias al itinerario soviético llevado a cabo por Alberti y León en las conferencias y entrevistas realizadas y recogidas por la prensa durante su estancia en México en 1935, que ha reunido también Robert Marrast en un volumen titulado Rafael Alberti en México (1935), publicado en Santander en 1984 por la editorial La Isla de los Ratones, que complementa lo escrito por el poeta y su mujer acerca de su estancia en la URSS. Todas ellas tienen el mismo tono apologético que los artículos aparecidos en Luz y en todas ellas el poeta abunda en las mismas impresiones acerca de la sociedad soviética. Mucho más matizada aparece recogida la experiencia soviética de Alberti en la segunda parte de sus memorias, La arboleda perdida, publicada en 1987, en la que lo esencial de lo relatado pertenece al «Noticiario de un poeta en la URSS», publicado primero en Luz y luego en la edición de Robert Marrast. Aunque con frecuencia se ha sugerido que fue María Teresa León quien llevó a Rafael Alberti al comunismo, es indudable que la experiencia del primer viaje —guiado no ya por la agencia Intourist, sino directamente por el propio Gobierno— acabó por convertir a un simpatizante en un incondicional. El relato de su experiencia viajera en los días inmediatos a su realización confirma esta entrega de Rafael Alberti al comunismo.

A pesar de existir algunos trabajos de referencia dedicados a las relaciones del poeta andaluz y María Teresa León con la Unión Soviética, como los del citado Robert Marrast y los especialmente ilustradores de Natalia Kharitonova —experta en las vinculaciones de los escritores españoles con la URSS—, son los tres escritores —Alberti, León y Ros— unos viajeros a cuya experiencia soviética se le ha prestado poca atención. Una desatención que es aún mayor en el caso de Félix Ros, quien no está recogido ni siquiera en obras de reciente publicación dedicadas a los viajeros españoles a Rusia, al igual que sucede, por citar a otros ignorados, con Jacinto Benavente, autor del drama Santa Rusia, publicado precisamente en ese año 1932. Una obra esta que debe mucho a la fascinación que sintió ante la sociedad soviética el dúctil escritor que era Benavente con ocasión de su viaje unos años antes, cuando aún el estalinismo no había intensificado las purgas que acompañaron al sistema desde su aparición.

Fue, sin duda, en el Berlín de las postrimerías del año 1932, que veía el imparable ascenso del nazismo y en el que ya llevaban una temporada residiendo con una beca para estudiar la actividad teatral europea, donde Rafael Alberti y María Teresa León conectaron con las autoridades soviéticas para llevar a cabo un viaje que, como los que realizaron posteriormente, está más próximo a la invitación oficial que al recorrido turístico. Teniendo en cuenta que todo lo referido a la URSS y a las autorizaciones para entrar en el país distaba de ser espontáneo, y conociendo lo sucedido posteriormente, este primer viaje debió de estar programado con anterioridad, de acuerdo con las indicaciones de los responsables rusos, tal y como señalan Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo en Queridos camaradas (Barcelona, 2006). Una realidad muy diferente de la que describe Alberti en La arboleda perdida, donde afirma que, como si fueran unos turistas más, compraron por ciento sesenta marcos los pasajes y la estancia por una semana que ofrecía la delegación berlinesa de Intourist para jóvenes obreros y estudiantes. Lo sucedido a su llegada, en concreto la inmediata invitación de la Unión Internacional de Escritores Revolucionarios (MORP) a los dos escritores para que permanecieran en Rusia durante dos meses, así como el recorrido llevado a cabo, confirma el evidente carácter oficial y preparado de esta primera visita de la pareja de escritores a la URSS. Un carácter oficial que continuará en las sucesivas visitas de Alberti y León, incrementándose el rango y las atenciones recibidas.

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