Se ha dicho que el padre Las Casas se arrepintió de haber aconsejado llevar esclavos negros al Caribe. Pero lo cierto es que ya a la avanzada edad de sesenta años, si nació en 1484, o setenta años, si nació en 1474, el padre Las Casas pidió que llevasen en su nombre a América cuatro esclavos negros.[20] Igualmente tiene comentarios poco halagüeños hacia la unión de hombres del mismo sexo, en referencia a los indígenas, donde afirma que no sabe si estas uniones están causadas por «ceremonia», «religión» o «porque la naturaleza, errando, haya causado aquella monstruosidad» (Casas, Apologética, lib. 3, cap. 206, 1326).

En cuanto a las Leyes de Burgos, David Abulafia afirma que tardaron veinte años en llegar. Aunque esto es cierto, también lo es que ningún otro imperio soñó, y mucho menos llevó a cabo, la creación de un cuerpo legislativo tan temprano, que, una vez aplicado, logrará paralizar temporalmente la conquista. ¿Cómo podríamos entender el Renacimiento o el Siglo de Oro español sin personajes de origen «converso» como Fernando de Rojas, Luis Vives, Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León, Luis de Góngora o el mismísimo inquisidor Tomás de Torquemada? ¿Quién fue el primero en gritar «tierra» en el primer viaje de Colón sino un converso? En el año 2011 se publicó en hebreo, en 2014, en inglés, y en 2015, en español, un libro de Yuval Noah Harari titulado Sapiens: una breve historia de la Humanidad, interesante por sus ideas y al mismo tiempo poco documentado, incluso infantil, en sus aspectos históricos. Como era de esperar, este libro es mucho más crítico con la cultura hispánica que con la propia cultura hebrea del autor: «Por ejemplo, las prácticas políticas, económicas y sociales de los judíos modernos deben mucho más a los imperios bajo los que vivieron durante los dos últimos milenios que a las tradiciones del antiguo reino de Judea» (217). ¿No ha sido así para todos los pueblos de la Tierra? También afirma que el judaísmo ha dejado poca huella fuera de Israel: «El judaísmo, por ejemplo, argumentaba que el poder supremo del universo tiene intereses y prejuicios, pero que su [sic] interés principal se centra en la minúscula nación judía y en la oscura tierra de Israel. El judaísmo tenía poco que ofrecer a otras naciones, y a lo largo de la mayor parte de su existencia no ha sido una nación misionera» (Harari 242). En mi opinión, no se podría comprender la conquista hispánica de América y de otros continentes sin la aportación y presencia de las culturas semíticas de la península Ibérica. Si consideramos al infante Enrique «el Navegante», el padre de las primeras expediciones de descubrimiento transoceánico, debemos también tener en cuenta que poco hubiera podido hacer sin el extraordinario apoyo cartográfico de los judíos mallorquines o de sus asociados. Los musulmanes andalusíes, desde tiempos de los primeros Abderramanes, ya construían buques de guerra y mercantes, y tenían una considerable experiencia naval en el Mediterráneo: «Como se sabe, la España musulmana, bajo todos los aspectos de la civilización, dependió durante los primeros siglos del Oriente; pero al advenimiento de Alhaquem II y Almanzor se transforma Córdoba en el mayor foco de cultura medieval, tanto en relación al mundo islamita como al cristiano» (Cortesão, cap. 1, 514). Muchos de estos cartógrafos judíos eran políglotas, lo mismo que el cristiano Ramón Llul, y ambos animaban al estudio de la lengua árabe. Abraham Cresques y su hijo Jehuda Cresques fueron los creadores de los mapamundis y portulanos más importantes de la Edad Media, lo mismo que sus paisanos Maciá de Viladestes o Gabriel de Vallseca. Dejando a un lado la posibilidad de que Cristóbal Colón fuese judío, como afirmaba Salvador de Madariaga, difícilmente la expansión ibérica ultramarina hubiese sido posible sin todo el aporte de científicos hispano-judíos e hispano-musulmanes, conversos o no, siendo el médico Abraham Zacuto uno de los más sobresalientes.

Hacia 1481, Juan de Salaya, catedrático de Astronomía en la Universidad salmantina y gran amigo de Zacuto, vertía del hebreo al castellano la exposición preliminar de las tablas astronómicas del sabio judío. Muerto el obispo Vivero, se traslada Zacuto a Gata, donde moraba don Juan de Zúñiga y Pimentel, maestre de Alcántara, gran mecenas de las gentes de letras. El profesor Carvalho ha descubierto el Tratado breve de las influencias del cielo, escrito por Zacuto a ruego del maestre. Se ignora si en 1486, cuando Colón pasó por Salamanca, estaba ya de regreso Zacuto en la ciudad, si la Junta le consultó acerca del proyecto y si el sabio astrónomo conoció al genovés (Ballesteros, cap. 5, 483).

Me pregunto si las únicas fuentes con las que cuenta Noah Harari, al igual que Inga Clendinnen o Tzvetan Todorov, sobre los sucesos que tuvieron lugar en el siglo xvi en América están escritas en inglés. Escribe Harari: «Este genocidio tuvo lugar a las puertas mismas del Imperio azteca, pero cuando Cortés desembarcó en la costa oriental del imperio, los aztecas lo desconocían totalmente. La llegada de los españoles fue el equivalente de una invasión extraterrestre procedente del espacio exterior» (323). Harari menciona el descubrimiento chino de América, pero ignora que es una fantasía, una fábula histórica, una mentira creada por el marino inglés David Menzies, como muy bien desmonta en un excelente artículo el marino y erudito portugués José Manuel Malhão Pereira.[21] Igualmente, escribe sin conocimiento de causa cuando afirma que Cortés fue el primero en encontrarse con aztecas (250). «Cuando Cortés y sus hombres desembarcaron en las soleadas playas de lo que actualmente es Veracruz, fue la primera vez que los aztecas se encontraron con un pueblo completamente desconocido» (323). No es exacto, Antonio de Grijalva y Fernández de Córdoba ya habían estado allí en expediciones anteriores y los mexicas lo sabían. Su identificación buenista con el vencido y sus generalizaciones poco documentadas quedan claramente patentes: «Mientras que los aztecas no tenían experiencia que les preparaba para la llegada de esos extranjeros de extraño aspecto y malolientes, los españoles sabían que la Tierra estaba llena de reinos humanos desconocidos, y nadie tenía más experiencia en invadir tierras ajenas y en tratar con situaciones que desconocían completamente. Para el conquistador europeo moderno, como para el científico europeo, sumergirse en lo desconocido era estimulante» (324). Según Harari, los conquistadores y científicos que no eran europeos nunca tuvieron intención de sumergirse en lo desconocido.

Pero criticar al pueblo judío por parte de un español, sería tirar piedras a su propio tejado, porque la cultura judía ha sido una parte integrante de la cultura española, como lo fue la musulmana, o es hoy la cristiana.[22]

Llama la atención que los españoles hayan sido duramente criticados por otros países europeos por tener un riquísimo pasado semita (árabe y judío), que otros pueblos europeos no han tenido o no han querido reconocer.[23] No sabemos exactamente cuántos fueron los conquistadores de origen converso en la conquista de América, o incluso si el propio Cristóbal Colón, al igual que algunos de sus prestamistas, formaban parte de este grupo.

De esta manera, estos agentes culturales e instituciones, entre los que se incluyen un buen número de investigadores académicos, se convierten en cierta manera en pastores que nos dirigen y nos condicionan a plantear new ways of feeling plasmadas en libros publicados sobre todo en inglés y, en mucha menor medida, en francés o español, publicados por las editoriales más reconocidas de los países «colonizadores» por excelencia del llamado «primer mundo». Pese a ser sincera la identificación de muchos escritores académicos por el débil, yo me plantearía la pregunta de hasta qué punto es válida y sincera la crítica de un remoto pasado imperial hecha desde organismos de educación y difusión mediática de un presente imperialista, aunque sea a nivel de control del ciberespacio y las telecomunicaciones.

Además, esto nos llevaría a plantearnos otra pregunta: ¿qué agente cultural tiene la autoridad para decidir y definir «científicamente» qué culturas son étnicas y cuáles no? Obviamente, el imperio de turno, y esto me recuerda las clasificaciones que encontramos en obras de referencia que se han venido utilizando hasta el presente. Desde época de los egipcios, chinos, griegos, romanos, etcétera, el imperio de turno ha querido definir quién es el «civilizado» y quién es el «bárbaro», en el caso de la historiografía actual el «étnico» y el «no étnico». Algo parecido a lo que ocurre a la hora de imponer dónde está el «centro» y dónde la «periferia».[24]

Aunque pueda resultar paradójico, yo observo mucho más racismo en esa visión paternalista y condescendiente para con el «otro». El «occidental civilizado», sea del lugar que sea, aparecerá siempre como un ser explotador, racionalmente superior y «malo». Parece como si los indígenas fuesen todos seres homogéneos, que además no tuviesen el derecho a ser «malos». Sólo hace falta asomarse a las crónicas que describen las culturas precolombinas para darse cuenta de cómo la crueldad, la violencia o el abuso no fueron patrimonio único de «europeos científicos» y que los indígenas americanos son, evidentemente, seres intrínsecamente iguales a cualquier otro. De cualquier manera, simplificar la historia de América como una contraposición entre «europeos» y «americanos» sería un grave error. La enorme diversidad y riqueza étnica existente a ambos lados del Atlántico hace imposible una generalización de ese tipo. Y, sin embargo, esta visión estereotípica y genérica de toda una serie de naciones precolombinas es la que predomina actualmente.    Que duda cabe de que la batalla de la información ha sido ganada por la supremacía del aparato tecnológico y publicitario de los agentes culturales ubicados en los poderosos motores cibernéticos del mundo protestante, en particular, de los que se expresan en inglés.