Los comunistas estaban a las órdenes de Palmiro Togliatti, Ercoli, dirigente del PCI exiliado en Moscú tras el arresto y la detención de Gramsci. Llegó a ser, después del búlgaro Dimitrov, el número dos del Komintern y su representante ante el gobierno español. El mando del contingente comunista se entregó a un triunvirato compuesto por Luigi Longo, alias Gallo, comisario político de las Brigadas Internacionales;[i] su mujer Teresa Noce, alias Estella;[ii] y Vittorio Vidali, el despiadado Carlos Contreras, comandante y después comisario político del glorioso –o tristemente célebre, según los puntos de vista– Quinto Regimiento, vicesecretario de la Comisión Político-Militar del PC español, compañero de Tina Modotti y legendario revolucionario de profesión que, tras las batallas con los escuadristas en su Trieste natal, estuvo involucrado en una cincuentena de conspiraciones kominternistas por todo el mundo, entre las cuales se encontraba el asesinato de Trotski en México.[iii]

 

También fue relevante la presencia de los anarquistas, encabezados por Camillo Berneri, expulsado de Francia tras un cortés servicio prestado por la policía francesa a la italiana. En España Berneri buscó, casi siempre en vano, moderar las tendencias extremistas de los anarquistas españoles: colectivización, abolición de los cultos, y hasta el cierre de cárceles y manicomios. Cayó bajo el plomo de los comunistas italianos y españoles junto con su compañero Francesco Barbieri y otros miles de militantes anarquistas muertos en las jornadas de Barcelona de mayo de 1937.[iv]

Merecen recordarse, entre las figuras destacadas, Pietro Nenni, líder del Partido Socialista en el exilio,[v] y el republicano Randolfo Pacciardi, primer comandante de los garibaldinos, conocido como el León de Guadalajara, en una guerra donde circulaban más pseudónimos y sobrenombres que armas o uniformes. Pacciardi era ciertamente un líder carismático, pero también un colosal provocador, como demostró su recorrido político sucesivo. Hay que reconocerle el mérito de haber sido de los primeros en denunciar la guerra que los comunistas ya estaban librando contra sus aliados y no sólo contra sus adversarios.[vi]

Todos estos personajes escribieron numerosas páginas sobre los sucesos españoles; e incluso cuando evitaron hacerlo por razones comprensibles, como Togliatti, ya existe sobre ellos una documentación suficientemente amplia.[vii] Si la implicación del antifascismo italiano durante la Guerra Civil es históricamente menos conocida que la de otros países, no se puede atribuir, por lo tanto, a una escasa o insuficiente documentación, sino más bien a una menor aportación de obras literarias, pictóricas o cinematográficas de gran impacto sobre la opinión pública internacional que en el caso de las francesas, inglesas, americanas o, naturalmente, españolas. La preocupación estética fue indudablemente menos significativa que la político-ideológica. Pero no faltan excepciones significativas.

Giuseppe Antonio Borgese terminó el fresco Goliath. The March of Fascism justo cuando tuvieron lugar los acontecimientos españoles. Leo Valiani (Leo Weiczen), corresponsal en España del periódico de Longo y Teresa Noce Il Grido del Popolo, se convirtió sobre el terreno en un decidido adversario de toda forma de totalitarismo, negro y rojo. Aldo Garosci, que se formó en Turín dentro del grupo gobettiano, herido y condecorado en España, redactó más tarde una crónica ejemplar de los tormentos de su generación. Francesco Fausto Nitti ­–el nieto del expresidente del Consejo prefascista Francesco Saverio Nitti–, voluntario en Cataluña y en Aragón, herido en la ofensiva del Ebro, fue internado en Francia en el campo de Vernet y en el fuerte de Colliure con otros miles de exiliados –entre los que se contaba el poeta Antonio Machado, que moriría de pulmonía– y se incorporó luego a la resistencia francesa. Nitti ha dejado sugestivos informes de una decena de batallas antifascistas.[viii] No hay que olvidar a los caídos: los poetas Pietro Jacchia y Sergio Alli; el politólogo republicano Mario Angeloni, muerto en combate en el frente de Huesca, y, otro pensador anarquista, Rivoluzio Giglioli.

Entre los que respondieron a la llamada no podía faltar Tina Modotti.[ix] Llegó a España en 1936 con los miembros del Socorro Rojo Internacional y, para no separarse de Carlos/Vidali, Tina ya casi no se dedicaba al cine y la fotografía que la habían hecho famosa. Sin embargo, su fascinación y su energía seguían intactas. La encontramos en todas partes: en Valencia, en 1937, asistió al Congreso de Escritores; en Madrid, el año siguiente, al Congreso Internacional de la Solidaridad. Publicó la antología Viento del pueblo. Poesía en la guerra (1937) –ilustrada con 18 fotografías de Téllez, compañero de Miguel Hernández– y se dedicó a la instrucción de las mujeres y a asistir a los huérfanos evacuados hacia Francia y la URSS. Pero bien pronto también la pareja Tina-Carlos tuvo que huir a través de los Pirineos hacia México, donde ella murió, en circunstancias nunca del todo aclaradas, durante la Segunda Guerra Mundial (1942). A fin de cuentas, la principal contribución del antifascismo italiano a la cultura y a la mitología de la guerra civil española no fue ni un libro ni una película, ni un pamphlet ni un cuadro, sino un llamamiento de gran eficacia. El hombre que lo lanzó, Carlo Rosselli, procedía con su hermano Nello de una familia florentina de tradiciones culturales e ilustradas, judía por parte materna –los Pincherle–.[x] El antifascismo militante de Carlo y Nello Rosselli los llevó a la prisión y al exilio. Con el estallido de la Guerra Civil, Carlo se marchó a España y organizó con Berneri y Angeloni la Columna Italiana Justicia y Libertad, que se unió a la Columna Alonso, formación que conservó su autonomía de las Brigadas Internacionales y que se forjó en la toma del Monte Pelado. El 13 de noviembre de 1936, Rosselli pronunció en Radio Barcelona un discurso que llegó rápidamente a Italia a pesar de la censura oficial:

«Italianos, escuchad. Cuanto antes triunfe la España proletaria, antes caerá el execrable régimen fascista en nuestro país. ¡Hoy aquí, mañana en Italia!».

 

Rosselli no se limitó a estas palabras. Dedicó a la guerra de España cientos de páginas, en buena parte dispersas: artículos, prefacios, opúsculos, cartas, fragmentos periodísticos, etcétera. Una pléyade de escritos de donde debería de haber salido el libro completo que nunca tuvo tiempo ni manera de terminar.[xi] El 9 de junio de 1937, convaleciente en Francia, fue asesinado junto con Nello en el bosque de Bagnoles de l’Orne por un comando de la Cagoule bajo instigación italiana.[xii]

El sacrificio de los Rosselli traslada el discurso desde la estética a la ideología y revela la creciente fractura que se dibujaba entre comunistas y anticomunistas en el frente progresista. Los primeros actuaron rápidamente para anotarse el mérito de la lucha contra Franco y sus aliados. Compañeros de lucha convertidos en España en decididamente anticomunistas, como Pacciardi –y naturalmente los anarquistas y los trotskistas supervivientes–, fueron ignorados, enfangados, calumniados. Esta actitud llevó, cuando acabó la guerra del estalinismo puro y duro, a respaldar la tesis de una posible insurrección contrarrevolucionaria por parte del POUM anarquista.[xiii] Sería en torno a 1968 cuando reaparecerían grietas en la historiografía comunista.[xiv] Es la herencia dividida, y no compartida, que la guerra de España dejó en el imaginario de la izquierda italiana.[xv] Otra confirmación de que en España, precediendo al pacto entre Hitler y Stalin, «se había incubado la angustia mortal de la izquierda europea».[xvi]